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jueves, 25 de febrero de 2010
Ni Shagu Nazad!
Anochecía y caminaba en dirección al club Atenas, con la intención de entrar al acto en el que mejor ex Presidente que conocí haría su primer discurso después de una importante cirugía.
En las calles cercanas al club, los colores y la liturgia de los rituales políticos del peronismo, el clima festivo, marcado por el ritmo de jóvenes percusionistas, que tanto irrita a los que sabiéndolo o no, también participan de otros rituales que consideran más "evolucionados" y propios de elites más "educadas".
En la calle 58, los muchachos de un sindicato de taxistas organizaban sus banderas, estandartes de batallas no por cotidianas posiblemente menos duras que otras más legendarias. Después de todo, la vida para muchos (para todos) es una larga serie de batallas por vivir una vida humana en un mundo bastante inhumano. En sus remeras, sobre fondo blanco y estampada en verde, se leía el eslogan "Ni un paso atrás". Hundida en el mundo de Vasili Grossman, no pude dejar de rescatar la ironía. La consigna se originó, aunque los compañeros probablemente lo ignoraran, en la orden 227 de Stalin,l (popularizada como Ni Shagu Nazad!, Ни шагу назад!) a los defensores de la "sagrada tierra de Stalingrado". Esa misma tierra en la que millones de campesinos, obreros, intelectuales, niños y niñas soviéticos (rusos, calmucos, judíos, tártaros, gerogianos, etcétera) detuvieron al fascismo. Heroismo eslavo de los "ivanes"que la historia occidental parece haber olvidado bajo la mítica del Día D, protagonizada por los descendientes de francos y anglosajones. 2 millones de civiles muertos. 1 millón de soldados del Ejército Rojo y otros tantos alemanes y colaboracionistas (nacionalistas ucranianos y cosacos, entre otros). Antisemitas por tradición y por convicción. En ambos ejércitos, muchachitos reclutados cuando ni siquiera habían dado su primer beso. Militares veteranos de la Primera Guerra. Ancianos de las milicias populares. Jovencitas hambrientas con temor a ser violadas. Altos mandos comunistas, comisarios del pueblo. Mujeres embarazadas, niños de pecho, trabajadores de Octubre Rojo y del milagro de la industrialziación soviética. Periodistas, escritores, agricultores, prisioneros recién liberados de los gulag, fusilados "resucitados" a último momento y por milagro del campo de trabajo nazi. Viejas desdentadas y muchachas en flor.Ingenieros, científicos, comunistas fanáticos y dubitativos, críticos y opositores, peleando palmo a palmo por sus vidas, sus familias y su patria.
El nombre del fascismo, extendido ya hasta su apogeo, hoy se esconde bajo otros rótulos: el neoliberalismo es el nombre del Hitler que triunfó sin ganar la guerra, es el nombre de la suprema religión del capital y el dios dinero y la nueva raza elegida ya no es aria. No es la genética sino el capital financiero, que masacra y extermina por millones a los Untermenschen (subhumanos) sin pagar siquiera el costo del desprestigio sobre la sagrada tierra de Stalingrado que es América Latina, Africa, el mundo entero, casi. Haití es heredera de Stalingrado, bajo sus mismos escombros y hambre. La Villa 31 es Satlingrado. Chaco es Stalingrado.
Es insoportable la idea de vivir en un mundo que deba dar la orden 227 y fusilar a los que dudamos, los que tememos; los que quieren conservar su vida, y las de sus hijos, a cualquier precio (incluso, al de la vida de los otros, la renuncia a la justicia y a la dignidad.) En un mundo en el que sólo haya cabida para los fanáticos, los valientes y los desesperados.
¿Pero es posible vivir como seres humanos en un mundo en donde haya que seguir dando cada día grandes zancadas hacia atrás?
martes, 16 de febrero de 2010
José Pablo Feinmann y el mayor Yershov
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En una entrevista publicada el 4/2/10 en el diario El Argentino, José Pablo Feinmann sostiene “En un montón de cosas apoyo del gobierno. Primero lo apoyo porque lo veo muy condicionado. Apoyo porque veo lo que hay del otro lado. Apoyo que los Kirchner tengan una buena relación con Evo, una buena relación con Chávez. Tengo muchas objeciones contra Chávez pero está bien que tengan una buena relación con él.”
Es casi una imprudencia citar así, fuera de contexto, al único pensador y filósofo argentino que conozco que es capaz de traducirnos algunos de los tópicos más complejos de la filosofía y la historia política de occidente a los legos, provocándonos no sólo a la comprensión de cuestiones muy difíciles, sino también el goce y la alegría con que podemos sobrellevar sus análisis más trágicos. Y están sus novelas. Y sus guiones. Y sus críticas de cine, su pasión por el cine clásico que comparto en gran medida. He llegado a comprar Página 12 todos los domingos sólo porque allí publica su historia del peronismo, que es tan necesaria que debería ser lectura obligatoria en la secundaria (no faltará quien considere esto autoritario). Es decir, considero a Feinmann no sólo un muy buen escritor, sino un esforzado trabajador de la palabra y el pensamiento, un laburante que más de una vez, nada contra la corriente con coraje y gallardía (no encuentro una palabra más justa). Es obvio que no necesita defensa alguna de nadie, pero soy una lectora agradecida.
Y es así que esta reflexión de Feinmann, quién sabe por qué clase de asociaciones que va construyendo nuestra psiquis, me trajo a la memoria un párrafo de uno de los libros fundamentales del siglo XX, Vida y destino, de Vasili Grossman. El personaje que piensa esto es muy crítico del estalinismo. Su familia, campesinos kulaks, ha sido exterminada en las purgas de 1937. Ha estado a punto de caer preso en un campo de trabajo soviético y sólo zafó porque era necesario, por sus conocimientos militares y su valentía, para ir al frente. Es decir, tiene bastantes cuentas pendientes con el régimen y nadie puede acusarlo de sumiso o fanático del poder, aunque comparte los principios doctrinarios del comunismo. Ahora, prisionero en un campo nazi, decide organizar una insurrección, destinada al fracaso, para no morir sin seguir su lucha contra el fascismo. Es así que el mayor Yershov se rebela contra los llamamientos de Vlásov (que capta en los campos a los prisioneros políticos disconformes con Stalin y los recluta para luchar del lado alemán) y reflexiona: “Sentía, le resultaba totalmente claro, que al luchar contra los alemanes, luchaba por una vida libre en Rusia, la victoria sobre Hitler se convertiría en la victoria sobre los campos de la muerte donde su padre, su madre y sus hermanas habían perecido.”
Es decir, que la defensa de la patria, la real y la deseada, (hecha de hombres y mujeres viviendo en libertad y con justicia social) de aquello que la acecha y la cerca para destruirla, "lo que hay del otro lado," ubica, tanto a José Pablo Feinmann como a Yershov, del lado de la justicia, aun cuando de ese lado haya tanta injusticia.
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