jueves, 26 de septiembre de 2019

Apuntes para un cuento (20/9/2019)


Supongo que me dejé seducir por su inteligencia. Soy joven, tal vez muy joven incluso visto en perspectiva, y aún no he tenido muchos amantes cuando esto ocurre.
Él es mucho pero mucho mayor que yo. Tiene una edad que aún ahora no he cumplido, después de tantos años.
No sé qué es muchos o pocos amantes. Supongo que eso es algo personal y relativo.
El placer en la experiencia sexual a veces depende más de la continuidad en el tiempo, del conocimiento entre dos amantes, su capacidad de divertirse, gozarse, atraerse entre sí, que de la variedad.
Pero la variedad también es un alimento necesario.
Quizá ahora lo veo de ese modo. Entonces él podía gustarme sin necesidad de conmover tanto mi cuerpo. Alcanzaba con su deseo, que era voraz, desesperado, anhelante.
Sabía que mis amantes habían sido jóvenes y bellos. Partía de una desventaja, según sus cuentas. Para mí, en cambio, en aquel momento portaba una superioridad táctica.
Era adicto a todo.
Sobre todo a sí mismo.
Yo entonces no entendía que su necesidad de autodegradarse y su narcisismo extremo formaban parte de un mismo truco de la vida.
Le habían tocado tantos dones que solo podía compensarlos autodestruyéndose.
Demasiada lucidez, demasiada sensibilidad, y una ética que le impedía cruzar el límite del cinismo, aunque no merodear sus bordes.
Nos veíamos a escondidas, aunque molesto por mi insistencia en esa condición, no desaprovechaba la ocasión de mostrarme como a un trofeo. Yo apenas comprendía ese mecanismo, lo sospechaba, pero no lo entendía. Como lo había admirado tanto, me resultaba incomprensible esa sensación de que buscaba alternativamente humillarme (porque se sentía inferior a mí, porque me deseaba mucho más que yo a él y no podía soportarlo) y al poco rato exhibirme como a una rara avis capaz de combinar belleza, juventud, neurosis muy visible e inteligencia, con cierta devoción por él, pero sin llegar a la locura extrema de sus anteriores amantes jóvenes, que habían sido varias según contaba.
Me sugería vestuarios que acentuaran mi juventud, y mis "defectos", como la baja estatura, la delgadez extrema o la falta de tetas. Si salíamos a comer con sus amigos intelectuales, se jactaba pro mis comentarios cultos o atrevidos, a condición de que sus amigos supieran apreciar mi minifalda, mi peso casi infantil, mi cuerpo que parecía incluso más joven que yo.
Con sus amigos políticos, le gustaba que sacara a relucir mi versión más rockera, más rebelde y poética.
La versión oficial de la ruptura fue que me metió los cuernos y lo dejé.
La de él, más ligada a lo estrictamente cronológico, establecía que cuando yo lo dejé él fue a buscar, por despecho, consuelo en otros brazos....en una semana, quizá dos.
Él no hablaba de otra cosa que de amor, aunque hablara de literatura, sexo, París-Texas, aguardiente, cine, política, estética, sexo, semiótica, Wagner, Cafiero, amigos, amigas, sexo,
medios, poesía, fútbol, sexo, exilios, rock, hijos, sexo, alcohol, tango, poetas y artistas dementes, sexo o drogas.
Yo no me daba cuenta de que me hablaba a mí.
De su amor por mí.
No pude corresponderle ni una sola vez.
Salvo quizá, un instante, mientras me alejaba de su quinta llena de frutales y con la pileta todavía sucia, por la calle de tierra, sin mirar atrás, con la sensación de haber sido humillada solo por la arrogancia ingenua de ser joven, bella e incapaz de enamorame de él.
Y empecé a escribir.

Distraída (22/septiembre 2019)



A veces tropiezo en la calle porque voy distraída. La primavera me distrae.
Una flor de ciruelo, un perro que duerme al sol, un poema que voy leyendo en mi celular.
Habla de las personas que recuerdan a los muertos mirando las cosas que alguna vez miraban juntos: un fresno, una pintura en un museo, una película, una vidriera de zapatería, un cadáver de un pájaro que la gata acaba de cazar.
Otras veces me distraigo tratando de recordar la expresión de mi último amante cuando me sonríe.
Todo fluye.

Y no hables de infierno

"Es así el cielo dime cuanto tiempo estoy muerto 
cuéntame la vida que dejo sana mis heridas 
y no hables de infiernos 
Dime mis amores cuéntame mi casa y nombre 
dime que fui noble y valiente 
y si eso no es cierto no me lo digas 
Dame otra vida, una en la que no pida nada
 una que me lleve liviano una en la que 
ya no me sueltes la mano..."
(Háblame del cielo, Mister América)


Escucho esta canción de Míster América siempre como una plegaria. Me acompaña muchas veces cuando necesito orar y hablarle a mis muertxs.
Me acompaña como algunos tangos, algunos poemas, algunas canciones de la infancia y del rock de mi ciudad.
L'Embarquement_pour_Cythere,_
Antoine Watteau
Algunas tragedias shakespereanas y algunas comedias. Dos o tres novelas.
Me acompaña como sabiendo.
Como si las palabras fueran performativas.
La voz de Gustavo es de terciopelo en esta canción.
De la guitarra mejor no hablar.
La melodía me llega de otra parte, como si viajara por una montaña, altas cumbres y cielos no contaminados, sin un destino prefijado y sin apuro.
La banda está tocada por algunos dioses cuando la interpretan.
Yo, sin apuro. Una rareza.
Hablo con mi amigo J. sobre la muerte y las pérdidas. Cómo una paliza tras otra lo arrasaron (y a gran parte de su mundo) y lo arrojaron vertiginosamente al territorio de las orfandades.
Hicimos una fiesta en lo F.
Bailamos hasta que nos dolieron los pies y partes del cuerpo que ya no recordábamos que teníamos.
Bailamos como peronistas gozadores.
Bailamos como cuando después de un largo invierno y demasiados cementerios y crematorios lxs niñxs, la música y lxs amigxs, el vino y la comida, el perfume de los jazmines, la exuberancia de las orquídeas, nos recuerdan que hemos sobrevivido.
Como las cigarras.
Bailamos como homenajeando a D, que bailaría con nosotrxs si estuviera.
Como cuando tenemos sexo con alguien que nos gusta mucho después de mucho tiempo de desierto o de amantes equivocados o deportivos.
Sabiendo que no hay mucho más allá de la muerte: el amor, el arte, lxs hijxs, lxs amigxs, la política si es pasión y algunos momentos.
Y el mar.
Y los viajes a nuestras pequeñas Citereas platenses.
Y algunas verdades que a veces nos atrevemos a mirar a los ojos y espejos: con compasión y sin caretas.