caprichos de palabras y colores para navegantes... "La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas". (G. Flaubert). Mis libros de narrativa publicados: la novela Último verano en Stalingrado (Grupo Editorial Sur, 2014); Alma rusa (Edulp, 2020, crónicas) y Yegua (Cuero, 2021, cuentos)
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jueves, 26 de septiembre de 2019
Apuntes para un cuento (20/9/2019)
Supongo que me dejé seducir por su inteligencia. Soy joven, tal vez muy joven incluso visto en perspectiva, y aún no he tenido muchos amantes cuando esto ocurre.
Él es mucho pero mucho mayor que yo. Tiene una edad que aún ahora no he cumplido, después de tantos años.
No sé qué es muchos o pocos amantes. Supongo que eso es algo personal y relativo.
El placer en la experiencia sexual a veces depende más de la continuidad en el tiempo, del conocimiento entre dos amantes, su capacidad de divertirse, gozarse, atraerse entre sí, que de la variedad.
Pero la variedad también es un alimento necesario.
Quizá ahora lo veo de ese modo. Entonces él podía gustarme sin necesidad de conmover tanto mi cuerpo. Alcanzaba con su deseo, que era voraz, desesperado, anhelante.
Sabía que mis amantes habían sido jóvenes y bellos. Partía de una desventaja, según sus cuentas. Para mí, en cambio, en aquel momento portaba una superioridad táctica.
Era adicto a todo.
Sobre todo a sí mismo.
Yo entonces no entendía que su necesidad de autodegradarse y su narcisismo extremo formaban parte de un mismo truco de la vida.
Le habían tocado tantos dones que solo podía compensarlos autodestruyéndose.
Demasiada lucidez, demasiada sensibilidad, y una ética que le impedía cruzar el límite del cinismo, aunque no merodear sus bordes.
Nos veíamos a escondidas, aunque molesto por mi insistencia en esa condición, no desaprovechaba la ocasión de mostrarme como a un trofeo. Yo apenas comprendía ese mecanismo, lo sospechaba, pero no lo entendía. Como lo había admirado tanto, me resultaba incomprensible esa sensación de que buscaba alternativamente humillarme (porque se sentía inferior a mí, porque me deseaba mucho más que yo a él y no podía soportarlo) y al poco rato exhibirme como a una rara avis capaz de combinar belleza, juventud, neurosis muy visible e inteligencia, con cierta devoción por él, pero sin llegar a la locura extrema de sus anteriores amantes jóvenes, que habían sido varias según contaba.
Me sugería vestuarios que acentuaran mi juventud, y mis "defectos", como la baja estatura, la delgadez extrema o la falta de tetas. Si salíamos a comer con sus amigos intelectuales, se jactaba pro mis comentarios cultos o atrevidos, a condición de que sus amigos supieran apreciar mi minifalda, mi peso casi infantil, mi cuerpo que parecía incluso más joven que yo.
Con sus amigos políticos, le gustaba que sacara a relucir mi versión más rockera, más rebelde y poética.
La versión oficial de la ruptura fue que me metió los cuernos y lo dejé.
La de él, más ligada a lo estrictamente cronológico, establecía que cuando yo lo dejé él fue a buscar, por despecho, consuelo en otros brazos....en una semana, quizá dos.
Él no hablaba de otra cosa que de amor, aunque hablara de literatura, sexo, París-Texas, aguardiente, cine, política, estética, sexo, semiótica, Wagner, Cafiero, amigos, amigas, sexo,
medios, poesía, fútbol, sexo, exilios, rock, hijos, sexo, alcohol, tango, poetas y artistas dementes, sexo o drogas.
Yo no me daba cuenta de que me hablaba a mí.
De su amor por mí.
No pude corresponderle ni una sola vez.
Salvo quizá, un instante, mientras me alejaba de su quinta llena de frutales y con la pileta todavía sucia, por la calle de tierra, sin mirar atrás, con la sensación de haber sido humillada solo por la arrogancia ingenua de ser joven, bella e incapaz de enamorame de él.
Y empecé a escribir.
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