martes, 29 de diciembre de 2009

Un viejo olvidado en el hospital


Voy a visitar a mi tío, que está internado.
En la cama de al lado han abandonado a un viejo que entró porque no podía orinar. Sin que nadie se lo impida, se ha estado dando con unas pastillas que alguien de su parentela huidiza le dejó. Empieza a delirar. Se arranca el suero, se tira de la cama y se desnuda.
Mi tía se pone nerviosa e intenta ayudarlo. Busco a la enfermera del piso, que no está.
El viejo habla de un galpón y de los preparativos para una fiesta, se toca las intimidades, me confunde con una caja y con un muchacho.
Las enfermeras lo atan, al comprobar que ha tirado el suero, que se derrama por el piso.
Nadie le da bola.
Mis tíos sienten pena y se quejan de cómo lo abandonó su familia.
Pienso que es muy triste esa decadencia, pero no sabemos nada de los otros.
Quizá es un ex represor que con esas manos que hoy le duelen, torturó jóvenes cuerpos en el pasado.
Tal vez ha sido un marido o un padre golpeador, un tirano, un abandónico.
Quizá solo un pobre viejo que ya no tiene pares y agoniza, perdido en su delirio, en una cama del PAMI, en una clínica de la ciudad de La Plata que ya él mismo olvidó.

lunes, 28 de diciembre de 2009

El fin de los Días, Al Anadalus y Sefarad


Hace unos años, leí un libro titulado El fin de los días. Los judíos en España: una historia de tolerancia y tiranía, cuya autora es la canadiense Erna Paris. (Emecé, Buenos Aires, 2003) En el epígrafe, encontramos una cita de Byron, que dice: "Y la historia, con toda la vastedad de sus volúmenes, contiene sólo una página". En el libro, Paris analiza cómo la antigua Hispania romana atravesó los siglos del medioevo al renacimiento, pasando de ser una sociedad multicultural con tolerancia a la diversidad religiosa, cultural y étnica, a una reino católico con una poderosa Inquisición al servicio del Estado absoluto (de los reyes Fernando e Isabel) y perseguidora de moros y judíos.
Los siglos de pluralismo y tolerancia habían posibilitado el crecimiento, junto a las higueras y los olivares, el embriagador perfume de los almendros, los baños y las fuentes, las mezquitas, iglesias y sinagogas, de una sociedad rica en bienes culturales y materiales, a partir de la colaboración y el intercambio de saberes entre los diversos grupos que allí posperaban, algo extraordinario en el Occidente conocido.
Erna Paris compara lo ocurrido en la España medieval con las catástrofes sociales de los siglos XIX y XX en Europa (fascismo, nazismo, etcétera) y señala afinidades con el clima político instaurado en la era Bush en los Estados Unidos y, por este Imperio, proyectado en todo el mundo.
"Mucho tiempo después de la caída del imperio romano, hacia el siglo IX, la capital andaluza de
Córdoba (España) estaba salpicada de jardines, que se conocían como ‘los prados murmurantes’” (Paris, 2003). Como muchos pueblos provenientes del desierto, los árabes amaban el agua, por lo cual no sólo implementaron grandes obras de riego para alimentar los vastos sembradíos de arroz, olivares,viñedos, trigo, algodón y caña de azúcar, sino que también crearon extraordinarios jardines. Cultores de la ciencia botánica y de nuevas técnicas agrícolas, transplantaban desde las montañas higueras, almendros y granados, que perfumaban la ciudad, y construyeron cañerías de plomo para canalizar el agua que, proveniente de los ríos, nutría a estos jardines como así también a las fuentes y los baños. En un relato de esa época, un cronista observó que “los árabes de Andalucía eran las gentes más limpias de la tierra. […] Llevan la limpieza a tal extremo que es más común que un hombre pobre gaste su último dirham en comprar jabón en lugar de comida”.(Fuente: "Abrevando en aguas y culturas").
¿Dónde quedó aquel mundo,sepultado bajo la sangre de miles de personas asesinadas en pogromos y batallas entre quienes habían sido largo tiempo hermanos? ¿Cuánto dinero y desarrollo le dejó a la España conquistadora su conquista de Andalucía y América?
Siempre quedan las huellas, en los rostros aceitunados de los españoles del sur, en los apellidos "reformados" de conversos y "marranos" emigrados a América, el uso de los números arábigos y el álgebra, la música y la palabra, (aceite, azúcar, alcohol, almohada, y ....), el recuerdo atávico escondido detrás de los romances y el cancionero español.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Boabdil y la pérdida de Alhama

Estoy leyendo El manuscrito carmesí, de Antonio Gala.
Es una novela histórica que, en clave autobiográfica, narra la vida de Boabdil (Abd Allah, de la dinastía nazarí), el último sultán de Granada, que perdió el reino a manos de los castellanos y aragoneses en 1492.
Este triste rey será siempre recordado por su derrota y su pérdida, y es por eso que la novela de Gala resulta tan interesante para los lectores que aprecian el género de la novela histórica, ya que nos ofrece diversas interpretaciones del personaje y la época, desde el lado musulmán.
Las guerras civiles entre los señores castellanos habían sido, por siglos, la clave del poderío del reino de Granada, que las fomentaba y las sostenía, a fin de asegurar sus fronteras con los cristianos. Y fueron, como suele ocurrir, las luchas internas entre las distintas familias que pugnaban por el poder en el reino de Granada, en la corte y el harén, las que debilitaron a Boabdil.
Gala nos presenta a Boabdil con sus contradicciones, sus dificultades para asumir la responsabilidad de gobernar, que no quiere, en medio de los tironeos entre su padre-que había usurpado el trono a su abuelo- y su poderosa madre, dos veces viuda de otros dos sultanes.
Boabdil, educado sin amor, iniciado en las artes de la política y de la guerra por consejeros muy capaces y muy corruptos y ambiciosos, y en las artes del amor, por el joven hijo de un funionario de su padre y luego, por su bella esposa, Morayma.
Entre las humillaciones a las que se sometió,
-->tras su derrota en 1483 por las tropas castellanas del rey Fernando II el Católico, al mando de Diego III Fernández de Córdoba, Alcaide de los Donceles, 2º Conde de Cabra, Señor de Lucena y, posteriormente, Marqués de Comares -quien recibió el privilegio de ostentar en su escudo la cabeza encadenada de un moro y las 22 banderas árabes capturadas- Boabdil fue capturado y estuvo preso, entre otros sitios, en el castillo de Lucena. Mientras tanto, el trono de Granada fue ocupado de nuevo por su ambicioso padre.
Después, Boabdil aceptó el gobierno de Granada, su reino, como vasallo y pagando tributo al rey Fernando, quien finalmente lo liberó a cambio de que firmara el humillante pacto de Córdoba, por el cual se comprometía a entregar a Castilla la parte del territorio granadino en poder de Muley-Hacén.
Al leer sobre Boabdil, me acuna el canto y la melodía de aquel romance que me cantaban, mis maestras, en la infancia.

ROMANCE DE LA PÉRDIDA DE ALHAMA
Paseábase el rey moro — por la ciudad de Granada
desde la puerta de Elvira — hasta la de Vivarrambla.
—¡Ay de mi Alhama!—
Cartas le fueron venidas — que Alhama era ganada.
Las cartas echó en el fuego — y al mensajero matara,
—¡Ay de mi Alhama!—
Descabalga de una mula, — y en un caballo cabalga;
por el Zacatín arriba — subido se había al Alhambra.
—¡Ay de mi Alhama!—
Como en el Alhambra estuvo, — al mismo punto mandaba
que se toquen sus trompetas, — sus añafiles de plata.
—¡Ay de mi Alhama!—
Y que las cajas de guerra — apriesa toquen el arma,
porque lo oigan sus moros, — los de la vega y Granada.
—¡Ay de mi Alhama!—
Los moros que el son oyeron — que al sangriento Marte llama,
uno a uno y dos a dos — juntado se ha gran batalla.
—¡Ay de mi Alhama!—
Allí fabló un moro viejo, — de esta manera fablara:
—¿Para qué nos llamas, rey, — para qué es esta llamada?
—¡Ay de mi Alhama!—
—Habéis de saber, amigos, — una nueva desdichada:
que cristianos de braveza — ya nos han ganado Alhama.
—¡Ay de mi Alhama!—
Allí fabló un alfaquí — de barba crecida y cana:
—Bien se te emplea, buen rey, — buen rey, bien se te empleara.
—¡Ay de mi Alhama!—
Mataste los Bencerrajes, — que eran la flor de Granada,
cogiste los tornadizos — de Córdoba la nombrada.
—¡Ay de mi Alhama!—
Por eso mereces, rey, — una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino, — y aquí se pierda Granada.
—¡Ay de mi Alhama!—

Fuente de la imagen: Junta de Andalucía
Abu Abd Allah (conocido como Boabdil por la población castellana), último rey de Granada (desde 1482 hasta 1492) y descendiente de la dinastía nazarí. Nació en esta última ciudad cerca de 1459 y murió en Marruecos, en 1527.

"Contra la eternidad", según A


Me habla del libro que está leyendo, como habla ella, A., cuando está entusiasmada: abriendo grandes los ojos para acentuar alguna idea, gesticulando con las manos, femeninas, de dedos finos y uñas arregladas, y con esas humoradas ingeniosas que se cuelan hasta en sus argumentos más densos. Hay ciertas frases que pronuncia que se me hacen herencias del léxico familiar -como diría la extraordinaria Natalia Guinzburg- de esos códigos que heredamos de nuestros antepasados (de los que nos hablaron con palabras y de aquellos, incluso, que nunca conocimos y hablaban en lenguas que no comprendemos con nuestra razón, pero aun así, nos dicen de ellos y de nosotras). Como si en el léxico del humor no hablara ella sola, sino que fuera la intérprete de un estilo familiar al que ha terminado darle una forma personalísima.
A mí me hace reír.
(A veces, su arquitectura del lenguaje me causa tanta gracia como algunas frases de Chesterton o de Bioy: inteligentes e ingeniosas, y debo disimular, porque cuando el contenido de su discurso es "serio", y hay otros presentes, me mirarían acusadoramente, sin comprender que no es falta de respeto ni desubique: es goce ante la palabra que baila al son de músicas nuevas y con imágenes de edificios de Gaudí.)
Por supuesto, logra picar mi curiosidad. Es por su manera de contar, por su entusiasmo, que quiero ya leer el libro de Jean Allouch del que me cuenta: a partir de tres textos, uno de una escritora japonesa (ella no recuerda el nombre, desde ya, eso no tiene importancia, pero yo hoy lo googleo y veo que se trata de Yoko Ogawa), otro de Lacan y otro que...bueno, en fin (es Mallarmé), el libro Contra la eternidad, nos explica, a E. y a mi, habla un poco de como dejar morir lo que ha muerto, cómo impedir que viva para siempre, hasta matarnos.
La escritora japonesa cuenta la historia de un lugar al que la gente acude a guardar las cosas que no quiere dejar ir (¿dejar morir?). Y enseguida pienso en todos los muertos que cada una de nosotras cargamos, los que están bajo tierra y siguen habitándonos; los que se encarnan en diversos significantes de nuestra cotidianeidad; en el peligro de convertir nuestros hogares-y nuestras vidas- en mausoleos, donde ya no quepa ni un poco de aire para respirar, y bailar, y pintar, y cocinar en esas noches en las que una realmente tiene ganas, tiempo, acariciando las hojas verdes de las lechugas y las endivias, regándolas lentamente, como si fuera una caricia, con oliva, moliendo pimientas de distintos colores sobre las hojas frescas, mientras tomamos una copa de vino fresco y revolvemos una salsita liviana en la que cuece una carne que serviremos tan tierna como manteca, cuando lleguen aquellos a los que deseamos agasajar.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Juana de Castilla, ¿locura o transgresión?

De la reina Juana de Castilla (Juana "La Loca") se ha escrito mucho, antes y ahora.
Siempre me ha parecido uno de los personajes femeninos más trágicos de la saga de reyes y reinas europeos.
Hija de Fernando de Aragón y de Isabel de Castilla (los reyes Católicos), como el resto de sus hijos -en particular de sus hijas-, fue una de las piezas de ajedrez más utilizada en la partida por la disputa del poder entre la Casa de Trástamara, la de Aragón, los Valois, los Habsburgo, los Tudor, e incluso, sus coterráneos, los Borgia, en el Vaticano.
Manipulada por su madre y, fundamentalmente, por su padre, luego por su marido, Felipe el Hermoso, y por su suegro, el emperador Maximiliano, Juana a los 27 años ya era madre de seis hijos (Leonor, Carlos, Isabel, Fernando, María y Catalina) cuyo destino sería reinar en el Imperio donde nunca se ponía el sol (Carlos I); en Francia, Portugal, en Hungría, en Flandes.
Despojada de su herencia materna, la corona de Castilla, entre Felipe y su padre se arreglaron para hacerla pasar por incapaz, a fin de que les delegara a ellos la regencia del reino. Tironeada por su amado esposo y su temido padre, detrás de los cuales se movían los intereses de Alemania y los Países Bajos, por un lado, y de Aragón, Napoles y una parte de los castellanos, ya dueños también de América, no sabemos si la locura de Juana fue una consecuencia de las humillaciones, encierros, mentiras y manipulaciones o, si como sostuvo la versión oficial, la encerraron a raíz de su pérdida de juicio.
Se dice que era desafiante, que pretendía que podía gobernar aun siendo mujer, como lo había hecho su madre Isabel, que cuanto más la presionaban, más se negaba a ir a misa, a comer y a bañarse. Se dice que resistía a dejarse encerrar y que su locura amorosa, tras la muerte repentina de su marido, obligó a su padre a recluirla "por su bien". A despecho de las versiones oficiales de entonces, hay quienes creen que su larga peregrinación acompañando el catafalco de su marido embalsamado, que vemos aquí ilustrada por el pintor Pradilla en un famoso cuadro (e incluso, la mentada historia de que dos veces hizo abrir el cajón para verificar que él estuviera allí) en verdad se debieron a que temía que los flamencos, que ya habían sustraido el corazón de su Archiduque para enterrarlo en su tierra natal, hubieran robado también el cadáver, por una parte. Y por la otra, a que su empecinamiento en darle definitiva sepultura a Felipe junto a la tumba de su madre Isabel obedecía a razones políticas: enterrarlo junto a la legítima reina de Castilla era una manera de reforzar la propia legitimidad del muerto y de ella, su reina y viuda.
Erasmo de Rottredam y Enrique VII, Tudor, la consideraban una de las mujeres más cultas e inteligentes de la época. Eso, probablemente, no ayudaba. Juana se sentía capacitada para reinar, aunque al parecer, no era el poder lo que más la atraía, ya que allí veía la causa del conflicto permanente entre los hombres que más amaba y eso le resultaba intolerable. A diferencia de sus hermanos mayores, Isabel y Juan, muertos prematuramente, Juana no había sido educada para reinar, sino qu su destino era más bien ser la consorte de algún rey o príncipe de menor importancia política en la estrategia de los Reyes Católicos.
Fue la muerte de sus hermanos y su sobrino la que la convirtió en una pieza prinicpal de la política y quizás por eso, la fertilidad de Juana, su facilidad para los partos, haya sido una respuesta vital frente a tanta muerte que se conspiraba a su alrededor.
En El pergamino de la seducción (Seix Barral, Buenos Aires, 2009), Gioconda Belli ficciona gran parte de la vida de Juana, mediante la historia contemporánea de Manuel,un historiador treinteañero que pertenece a la familia Denia (descendiente de los carceleros designados por Fernando de Aragón y confirmados por el Emperador Carlos I para manetner encerrada a Juana en Tordecillas) y una joven huérfana, Lucía, de asombroso parecido con la Reina Juana de Castilla. Ambos investigan el enigma de quien fuera más conocida como Juana la Loca. ¿Es cierto que su locura sobrevino por amor a Felipe, sus celos y su muerte o fué víctima de traiciones y luchas por el poder?
Se me cierra un poco el pecho al pensar que Juana, cuando creyó que el regreso de su hijo Carlos desde Flandes tras la muerte de su abuelo Fernando, para tomar posesión de la corona española, sería la llave de su liberación. Pero ese hijo, educado en la corte de su tía Margarita de Austria, lejos de su madre y rodeado de consejeros del padre que lo habían convencido de la locura y el peligro que representaba su madre para su propia legitimidad, la mantuvo encerrada hasta su muerte, acaecida 47 años después de la reclusión.
Nunca osó quitarle el título de Reina y por décadas se mantuvo la farsa de que si Juana sanaba, asumiría el poder del reino. Ni siquiera la rebelión de los comuneros, que la reivindicaron como símbolo de la recuperación del poder de las manos del "extranjero" Carlos fue suficiente para salvar a Juana, quien luego de nueve años de encierro y engaños, ya no podía dicernir cuál era la realidad de su propio estado de salud mental, ni su conveniencia.
En esta novela de Belli, histórica y contemporánea, la reina Juana de Castilla se "encarna" en la joven Lucía para contarnos con su propia voz su versión de los hechos.
Queda en manos del lector especular con los límites entre la fantasía y la realidad, no sin que sea posible evitar pensar que el recurso de calificar de locas a las mujeres que se rebelan frente a su destino, en particular a las que acceden al poder, sigue siendo utilizado, aunque probablemente, con mayor sofisticación y disimulo discursivo.

A este último respecto, basta con observar estos sitios que, en lugar de efectuar un cuestionamiento político a CFK, le cuestionan su estado mental, sin aclarar la conveniencia que para ellos tiene esta descalificación ni dar cuenta de losl imitados argumentos científicos con los que respaldan sus enunciados.

http://www.revista-noticias.com.ar/comun/nota.php?art=510&ed=1593
http://senalesdelostiempos.blogspot.com/2007/07/cristina-fernndez-de-kirchner-est-en.html



http://www.giocondabelli.com/criticas/criticas.htm



lunes, 7 de diciembre de 2009

Asi somos a veces las mujeres


Me dice, mientras le pasa la lengua al borde del vaso de trago largo, saboreando el azúcar: y pensar que yo a ese me lo cogí unas cuantas veces. De todas las maneras que te imaginés. Con amor, sin amor, en un telo, en la casa, sobre el mismo acolchado en el que ahora acuesta al hijito, jugando a la puta, a la enfermera y a la madre. De parados, de apurados, con ternura, borrachos, sin gritar, con un par de rayas encima, escuchando The Cure y también a Goyeneche, porque hay que ver que a veces le afloraba el costado depresivo y había que trabajarlo para que le rindiera. Y de todas las maneras, me aburría. Te digo: no sé porqué me lo cogía. Creo que me daba pena, que intuía que algún día esa cuenta me jugaría a favor en la lotería de buenas acciones que una hizo. Que contaba como compasión, quién sabe cómo calcula Dios. Y ahí lo tenés, ¡mandándose la parte, precisamente conmigo, hermana, que me la sé lunga!
Lo miro al quía, que ni otea para nuestra mesa. Pero se nota que al entrar ha relojao. Y está con la otra rubia y le sirve otra copa de champagne y gesticula, con aire sobrador de macho satisfecho. Y la miro a mi interlocutora, que se encoge de hombros y me dice: y ahora que lo veo con esa tilinga, te juro, de verdá, que me dan ganas de cogérmelo de nuevo. Incomprensible, ¿no? Pero así somos a veces las mujeres...

jueves, 3 de diciembre de 2009

Curiosidades y disfraces en la política y la historia


En 1791, en plena Revolución, como es sabido, muchos nobles franceses emigran, huyendo del "Terror".
Se dice que la duquesa de Maille desembarca en Inglaterra disfrazada de marinero y que la marquesa de Suze lo hace vestida de camarera.
Pero lo curioso no es que estas damas, que por su educación y su cultura no sabían hacer otra cosa que explotar al pueblo, se disfracen de pueblo para escapar a la justicia revolucionaria. (¿Quién puede juzgar con liviandad el deseo de estas señoras de conservar sus cabezas unidas al cuerpo?)
Lo llamativo es que el mismo Telleyrand, quien como obispo de Autun había sido el responsable de consagrar a los obispos cismáticos (y por cuya causa huyeron o murieron muchos monárquicos), se haya exiliado en Inglaterra ¡munido de un pasaporte provisto por el propio gobierno del que huye, luego de haber sido parte de éste!
Como Telleyrand y tantos otros, cuando el barco se hunde no son pocos los que descubren, repentinamente, que las revoluciones y las transformaciones no tienen lugar sobre un lecho de rosas. (¡Pobres ingenuos!). Protegidos por los documentos del propio Gobierno, huyen para trabajar en su destrucción, disfrazados de "progres", "demócratas" y "republicanos" horrorizados por las mismas contradicciones que, días atrás, ellos mismos encarnaban.
Vale la pena volver a ver"La Dama y el duque"de Eric Rohmer, película que con ese sentido extraordinario para retratar la belleza en la tragedia propia de este director, cuenta la historia de amor entre una reaccionaria dama inglesa y un galante duque de Orleans, en medio de la violencia de la época revolucionaria.(El guión está basado en la memorias de Grace Elliot, una cortesana contemporánea a la revoluci�ón francesa)

Bibliografía: Díaz-Plaja, Fernando, A la sombra de la guillotina, Planeta, Buenos Aires, 1999.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Perversos

En una enciclopedia virtual, definen del siguiente modo al perverso narcisista: "El perverso narcisista es un persona sin capacidad de empatía real, lo que se denomina empatía utilitaria, es decir que sólo reconoce las necesidades del otro para utilizarlas para su propio beneficio." Más adelante, en la misma enciclopedia, explica que: "La seducción se produce a través de un proceso de influencia y dominación. En este proceso de seducción en una sóla dirección el perverso procura fascinar sin ser descubierto, a través de una conjura de la realidad y una manipulación de las apariencias. El dominio se produce a través de tres ejes de control, que tienen un componente destructor, que anula el deseo y la especificidad de al víctima:
- Una acción de apropiación mediante el desposeimiento del otro;- Una acción de dominación que mantiene al otro en un estado de sumisión y dependencia;- Una acción de discriminación que pretende marcar al otro".
Más allá de las teorías y de las explicaciones, he tenido oportunidad de observar el comportamiento de algunos de estos psicópatas (con perdón de los psicoanalistas por el uso del término). Cierto, más de uno podrá decir: y bueno, para que haya un roto debe de haber un descosido y todo ese tipo de generalizaciones. Las duplas maso/sado; manipulador/manipulado, sin embargo, no me conforman. Es posible que en el mundo de los adultos, siempre resulte posible endilgarle cierto grado de responsabilidad en su propia patología a quien resulte víctima de este tipo de manejos de los perversos.
También es posible que en el mundo psi, encontremos diversas explicaciones, incluso algunas, que satisfagan nuestra comprensión. Sin embrago, cuando me detengo e imagino la mirada de ese niño, su cabello que cae sobre sus ojos, oscuros, apagados y ya sin brillo, como un zombie que crecerá sin amor y a la defensiva, pero, sobre todo, sin deseo de vivir-¿o debería decir, desposeido, lenta y eficazmente, por su madre, de todo deseo? ¿Devorado por ella frente a la mirada cómplice de un mare que juega a hacerse el pelotudo mientras prepara un asado que al chico le cae pesado como bomba para que su madre en seguida le enchufe un digestivo, una enema, mientras afirma (y firma la sentencia, ya que está): me salió flojito de vientre, no retiene nada ( y quizás, adulto ya, sólo sea capaz de sobrevivir chupando la vida de otro, como vampiro del deseo y crendo con las personas a las que logre seducir, un mundo de muñecos en donde reine en un reino sin conflictos).
Cuando sé de aquella muchacha que aguantó todo lo que pudo, hasta que ya no pudo más, porque no tenía ninguna razón por la cual continuar, porque para vivir hay que querer vivir, y eso se aprende, lo sabemos todos, la vida no es siempre, precisamente, una invitación a la aventura, puede muchas veces ser demasiado pesada, oscura, fría, agobiante, y entonces la muchacha sabe eso, de pronto, como se adquieren repentinamente ciertas certezas, una noche en que su familia no está en la casa, y subre a la habitación de la terraza, y toma la soga que ha comprado el día anterior, y ha leido bastante del tema, porque el poco deseo que le queda es de saber cómo terminar con esa pesadilla y hace lo único que puede hacer...
Y cuando pienso en esa mujer que sólo sabía ser para otro una niña-muñeca, que sólo llora y se queja cuando le ponen el disco adecuado, y finge ser una adulta y expresa un deseo maternal cuando ya tiene asegurado que la vía biológica está clasurada y no irá por otra, porque su padre-marido jamás, pero jamás de los jamaces querrá que su amor tenga otro destino y mucho menos para un cacho de carne que no sea de su carne...
Y en esta otra adolescente que no sé si será capaz de ejecutar su amenaza, ojalá que no, ojalá que no tenga que matar otra vez el futuro mediante el cual expresó su deseo de vivir, sólo para asustarse y echarse atrás...
Cuando todos ellos desfilan ante mí, como pidiéndome que sea su testigo, ahora, esta noche de lluvia, ya no hay explicaciones que me convenzan. De casi nada.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Cielo e Infierno


"Voltaire dijo que el hombre más extraordinario que registra la historia fue Carlos XII. Yo diría: quizá el hombre más extraordinario -si es que admitimos esos superlativos- fue el más misterioso de los súbditos de Carlos XII, Emanuel Swedenborg".

Éstas son las palabras inaugurales de Borges en la conferencia que pronunciara en la Universidad de Belgrano sobre el místico sueco. (Fuente: http://www.temakel.com/texbswendenborg.htm).
En ese mismo reportaje, Borges confiesa que quedó maravillado con la lectura de aquel extraordinario místico y científico sueco, cuya cosmogonía, sus travesías por el mundo espiritual y sus diálogos con ángeles y demonios, aun a los legos e ignorantes como yo, pueden resultarnos muy reveladoras.
Leyendo la dedicatoria del libro de Emanuel Swedenborg (1688-1772) que está en mi biblioteca (Cielo e Infierno, Grupo Libro, Madrid, 1991), descubro que mi ejemplar me fue regalado por un amigo en 1992, hace como un millón de vidas.
En recientes acontecimientos cotidianos, conversando con entrañables amigas, el nombre de Swedenborg acudió a mi mente, al tratar de explicar conductas de algunas personas que conocemos, acudiendo a elementos de análisis político y pseudopiscológico, de esos que abundan en las charlas de catarsis y consolación, en especial, después de atravesar jornadas de inquietantes (angustiantes, desagradables, molestos) provocaciones, de esas que lastiman un poco el alma.
Siguiendo su ciencia de las correspondencias (ciencia hoy ignorada y perdida, como bien lo reconoce el propio autor), podremos llegar a comprender que el Cielo y el Infierno provienen del género humano. "En efecto, el hombre que recibe las cosas del mundo sin estar abierto a las cosas del Cielo, crea en sí mismo el Infierno".
Y cada uno elige en qué lugar habitar.
"El mal y la falsedad son nubes que se interponen entre el sol y el ojo del hombre, estropeando el esplendor y la serenidad de la luz [..] Los espíritus malvados desean y aman hacer el mal por encima de todas las cosas, y, sobre todo, gustan de inflingir penas y castigos..."
Nosotros hoy decimos de otros modos, que nunca se ajustan tanto a la verdad. Creemos ser más contemporáneos, creemos ser deudores y herederos de la tradición positivista, de Freud, de Marx, de los estructuralistas, los lingüistas, los surrealistas, la "banalidad del Mal", quién sabe. Renegamos de la teología y de toda ciencia anterior a la Modernidad, desconocemos el valor de toda forma de conocimiento que no se ajuste al paradigma en que nos hemos educado.
Y entonces, ignorantes, decimos de estos ángeles caídos, de estos hombres y mujeres que aman hacer el mal, que gozan con el sufrimiento ajeno; que la cobardía o la inseguridad, o una reprimida virilidad que debe someterse a una hembra autoritaria, quizá (como la mantis que comienza a devorar al macho aun antes de finalizar la cópula), los impelen a agredir y a maltratar, aun a riesgo de provocar su propia muerte (su Infierno).
Pero sospechamos que esas nubes densas que los rodean y avanzan hacia nosotros, ensombreciendo la llama que es nuestra voluntad y el brillo de esta voluntad que es nuestro intelecto (en imágenes y palabras de Swedenborg), son pedazos de ese Infierno en el que habitan y al que quieren sumarnos.

(La imagen es una de las ilustraciones de Gustave Doré para el infierno en la
Divina Comedia.)

jueves, 12 de noviembre de 2009

Nondum, el Cobos de Carlos V y ningún parecido con nuestro Vicepresidente



Cuando en 1517 el joven Carlos I (hijo de Juana La Loca y Felipe el Hermoso) hace su entrada triunfal en Valladolid, para tomar posesión de una de sus herencias, el reino de España (ya había heredado de su padre Austria, Alemania, Borgoña, los Países Bajos, Hungría, parte de Italia) lleva la divisa de Nondum (No todavía) que luego, al correr de los años, las guerras y las conquistas, se tornaría en Plus Ultra (Más allá).
Tenía 17 años, un padre muerto, una madre recluida en Tordecillas, tal vez por su ezquizofrenia, tal vez por la pena de amor que le sobrevino al morir su esposo, tal vez por la ambición de su padre, Fernando de Aragón, para conservar el poder que sobre el Reino de Castilla y América le correspondía a ella por herencia de su madre, Isabel la Católica.
Gobernaba Inglaterra el tumultoso Enrique Tudor. Francia estaba bajo el poder del guerrero Francisco I (cuya nuera, Catalina de Médicis, le daría al reino tres hijos que fueron reyes), y Solimán el Magnífico, poderoso sultán turco, amenzaba las fronteras de los reinos cristianos, como luego demostraría al acechar a Viena.
Era Papa Clemente VII, de la familia Médicis, poderosa casa florentina que en ese momento había sido derrotada.
Era un tiempo de constantes alianzas entre esos reyes, Francia, España, Inglaterra, los príncipes alemanes, el reino de Hungría. Esas alianzas duraban lo que duraban los intereses en común, se traicionaban, se rompían, se iba a la guerra. Y también, lo que duraba el dinero aportado por las cortes, (extraido de la sangre de los campesinos y los artesanos europeos, del oro robado de América, del trabajo esclavo de nuestro continente); de los banqueros florentinos y los comerciantes de Flandes. Entonces, Ayax y Tiresias eran poderosos señores, y el Vaticano jugaba tanto a la diplomacia como a la guerra, según la ocasión.
Nada parecido a nuestra gloriosa época de democracias republicanas de "consenso" y pactos razonables entre los poderes. ¡Ay, esos reyes y esas cortes y repúblicas que aceptaban los sobornos del supuesto enemigo infiel en nombre de salvar a la cristiandad! ¡Esos señores que vendían a sus hijas e hijos en matrimonios para agrandar sus territorios!
Será por eso que, al encontrar en una biografía sobre el Emperador Carlos I de España y V de Alemania, el nombre del español Cobos como uno de los secretarios que le propone al Habsburgo su antiguo confesor, Carlos de Loaysa, tras la muerte del canciller italiano Grattinara, mi libre asociación con un Cobos actual debería caer en el olvido. Porque al recomendárselo al Emeperador, le dicen de Cobos: "Siempre he creido que Cobos sería el cofre sellado en que se encerrasen vuestro honor y vuestros secretos, que compensaría vuestras faltas y sabría defender a su señor. No emplearía, como muchos otros, exceso de ingenio para decir finezas y agudezas; pero en cambio, jamás murmuraría contra su señor..."
Atravesado por el significante del nombre, como en clave invertida, la lealtad de aquel "cofre sellado" ha devenido en cloaca que derrama traiciones y maledicencia...

Fuente: Carlos V, Señor de dos mundos, Juan Mnauel Gonzalez Cremona, Planeta, Buenos Aires, 1999.

lunes, 21 de septiembre de 2009

"O Creso o nada": la embestida de Clarín y el Diablo



Con la lectura de una de las biografías más conocidas acerca de César Borgia, quizá por la precisa elección del título, que era, justamente, el lema de este príncipe por excelencia, O César o nada (Vázquez Montalbán, Manuel , Planeta, Buenos Aires, 1998), podemos encontrar un interesante retrato no sólo de la familia Borgia, sino del surgimiento de los estados absolutistas modernos en pleno Renacimiento.
Todo el poder humano, a lo largo de la historia, se ha sostenido, tal como muy bien lo entendió y tan genialmente lo describió Marechal en La Autopisa de Creso, en tres pilares: la religión (Tiresias), la guerra (Ayax) y el dinero (Creso, el gran burgués). Todo eso, desde ya, ha costado y cuesta baños de sangre, generalmente provista por el cuarto pilar, el "pobre Gutierrez" (el Pueblo), al decir del propio Marechal.
Quizá porque el triunfo de Creso, desde la Revolución Francesa en adelante, ha sido tan rotundo, tan extendido y tan ominoso, a veces olvidamos que ha habido siglos y siglos en los que Ayax y Tiresias tuvieron la supremacía, ya sea alternativamente, ya sea en cómplices alianzas.
En tales momentos, Creso oficiaba más bien de servidor, engañosamente sumiso, a los designios de Tiresias y de Ayax.
Y bien vale recordar que aunque el padre, Alejandro Borgia (o Borja, en este caso, nuestro Tiresias) usó del dinero toda vez que le hizo falta para seducir voluntades (tal como usó de los matrimonios de sus hijos, como cualquier príncipe o rey de la época), y su hijo, un Ayax renacentista, dispuso de Creso cuando el arte de la guerra le fue adverso, ambos lo consideraban, todavía, un instrumento al servicio del poder político que construyeron. Un imperio que el padre Papa planificó con detalles, estrategia e inteligencia (y mucha paciencia) y el hijo llevó al climax y a la caída en pocos años que, sin embargo, marcaron la historia de Europa y abrieron las puertas para los imperios que se encolumnarían sobre las ruinas del Renacimiento en Francia, España, Austria e Inglaterra.
Pero la ponzoña de Creso es más veloz, astuta y contagiosa que la de cualquiera de sus circunstanciales aliados. Y ha terminado por convencer, incluso al mismo Gutierrez, humilde trabajador manual que cada tanto se revoluciona contra la tiranía de Creso, de su propia doctrina.
Y si en su momento Tiresias usó del arte religioso medieval y renacentista para evangelizar y someter a Gutierrez, que en su versión americana llegó de la mano de los fanáticos y brillantes jesuitas; y si el aventurero Ayax usó del patriotismo y los rituales bélicos para mandar siempre a Gutierrez como carne de cañón a las batallas de guerras interminables, puede decirse en favor de ambos que, al menos, creían en lo que hacían, sin por ello justificar que bajo sus heroicas gestas morían de a miles todos los Gutierrez de la Tierra.
En cambio, el vulgar Creso sólo cree en sí mismo. Sirve a un dios sin otra liturgia que su propia exaltación, pero nos hace crer que ya no hay dioses. Utiliza un discurso libertario (ya antiguo, por cierto) para encubrir todas las formas de esclavitud que ha sabido construir sin tener que ponerle el cuerpo a nada, creando las crisis a los pobres pueblos del mundo y a la vez, erigiéndose en su salvador.
Y en nuestro propio país, la tierra de Marechal, sus ritos son defendidos por horrendos y berretas sacerdotes y sacerdotisas que hoy se pueden llamar María Laura Santillán o diputada Giudici, la bruta y brutal Patricia Bullrich o los patéticos Bonelli y Silvestre, lo mismo da. Porque Creso no conduce, como César hacía, sus ejércitos, ni hace del honor, la crueldad y la valentía sus banderas. Comparte el lema, actualizado, "O Creso o nada", pero esconde la cabeza como Magnetto, De Nárvaez y sus amos verdaderos que, si al menos tuviéramos el beneficio de la religión, ubicaríamos, como corresponde, del lado oscuro. Porque como decía Giovanni Papini, "el mayor triunfo del Diablo es habernos convencido de que no existe". (Papini, G, El Diablo)

El erotismo en Tiziano


Contradiciendo las ya clásicas interpretaciones de Erwin Panofsky acerca de la obra de Ticiano y otros pintores renacentistas, el historiador italiano Carlo Guinzburg (hijo de la escritora Natalia Guinzburg) me sorprende con su análisis en "Ticiano, Ovidio y los códigos de la representación erótica en el siglo XVI", en su libro Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia (Gedisa, Barcelona, 2008, 286 pag).
Sabemos que durante el siglo XVI (el mismo de los Tudor en Inglaterra, de la casa Valois y de los reinados de los hijos de Catalina de Médicis, en Francia; de Iván el Terrible, en Rusia; del papado de Julio II, guerrero y despótico patrón de Miguel Angel, entre otros y del apogeo y fin de la casa de Trástamara y luego de los Habsburgo en España y Austria, y hago esta aclaración especialmente para mi amiga Elvira), la cuestión de las imágenes eróticas fue centro de la atención (y de las tensiones, por qué no) de la jerarquía católica, inmersa a la vez en las luchas entre éstos y los luteranos y protestantes en toda Europa.
Si en la historia del arte se ha aceptado como interpretación generalizada el carácter humanista de Tiziano, y la interpretación iconológica, en ese sentido, sostiene que recupera en su pintura el simbolismo de las obras de los poetas latinos, como Ovidio, Guinzburg viene a cuestionar esa lectura. (Se detien para ello, por ejemplo, en el "Rapto de Europa", que ilustra este post, arriba)
Al parecer, la función erótica en la obra de Ticiano prevalece por sobre otras consideraciones, y la cuestión del simbolismo mitológico no oficiaba más que como velo a las intenciones, más carnales, por cierto, del pintor. Ticiano, en todo caso, ni siquiera conocía el latín -afirma Guinzburg-, así que, sus lecturas de Ovidio provenían de las versiones de la "vulgata", muy difundidas por entonces.
Valiéndose de diversos documentos, Carlo Guinzburg va probando su tesis, incluyendo una nueva interpretación de la carta muchas veces citada, del propio Ticiano a Felipe II, respecto a su famosa Dánae (que vemos a la derecha de este post). Le promete una nueva versión al monarca español, tras recordarle que "Dánae que se veía por la parte delantera", se verá en otra obra ("Venus y Adonis", a la izquierda) por "la parte trasera".
¿Cuál o cuáles han sido entonces las fuentes del veneciano? ¿Cuál o cuáles, los sentidos primigenios en sus pinturas? Exaltar los sentidos, la sensualidad y el erotismo, al parecer de Guinzburg. Y, en tal caso, aunque no lo fuera, aunque esta tesis subleve a muchos historiadores más ortodoxos, aunque descifrar las intenciones y sentidos subyacentes en la pintura renacentista sea una tarea siempre inacabada, acepto, de buen grado, el goce erótico como destino para un "espectador-gozador" menos erudito y más abierto.

Carlo Guinzburg nació en Turín, Italia, en 1939 y en la actualidad da clases en Pisa. El queso y los gusanos es uno de sus libros más conocidos. En el siguiente enlace, podemos leer una entrevista con el investigador noruego Trygve Riiser Gundersen sobre sus publicaciones y su método historiográfico de la microhistoria, de la que fue pionero.http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=16557

"Chelsea Hotel", by Leonard Cohen, to Janis Joplin



El sábado venía en el auto escuchando la radio, Universidad. Creo que era el Turco quien hablaba, pero no estoy segura. Si no lo era, podría haberlo sido, por la elección del tema y el relato que hacía, de la vida y la música de Leonard Cohen.
Mi mañana había sido densa y cansada, cargada de malas noticias de esas que una tarda bastante en procesar y de las que acusa recibo sin sorpresas, pero con esos dejos de confirmaciones esperadas aunque indeseadas.
La música me envolvió y me acunó como una madre afectuosa. Pensé que era Nick Cave, confieso, yo siempre tan sorda.
Pero el Turco (si es que era él) explicó que se trataba del canadiense Leonard Cohen y que esa canción "despechada" era producto de su encuentro y encamada con la apasionada Janis Joplin en ese legendario hotel de Nueva York.
Y la voz me envolvió y me dejé llevar, mientras el sol apenas se atrevía a insinuarse en ese mediodía cargado de tormentas, y Cohen rasgaba la guitarra y la garganta, "well, never mind, we are ugly, but we have the music".

Sitio oficial de Leonard Cohen: http://www.leonard-cohen.com/

domingo, 20 de septiembre de 2009

La herencia de Eszter, de S. Márai


Ya en un post anterior he mencionado mi descubrimiento de este autor, mediante la lectura de El último encuentro, aunque como ocurre con algunas novelas que llegan para quedarse a habitarnos, la primera impresión es sólo eso, una primera impresión que, con el correr de los días, se queda a vivir, resignificándose en el contexto de nuestras sucesivas interpretaciones y de interpretaciones compartidas con otros lectores, como A. Esta vez, hemos coincidido y, como no es usual que nos ocurra eso con la literatura, a los pocos días busco otra novela de Márai que quizá podamos compartir.
Hay libros que llegan a nuestra vida en el momento preciso en que tienen que llegar, y ese ha sido el caso de El último encuentro. Trajo consigo, además de la belleza que habita en toda narración elegante y honesta de un buen escritor, algunas respuestas a otras esperas y ensueños de últimos encuentros que una añoraría, si la vida tuviera esa clase de justicia literaria que a veces creemos que puede tener.
Y algo parecido, aunque apenas acabo de leerlo, me ha ocurrido con La herencia de Eszter (Barcelona, Salamandra, 2000, 13a ed. 2006). Es cierto que no nos deja de Lajos (el gran amor de la juventud de Eszter, la narradora) una muy buena impresión: mujeriego, abusador, encantadoramente mentiroso, ha regresado después de veinte años para apoderarse de lo único que no logró quitarle entonces a Eszter, su familia y sus amigos.
La vida de esta solterona ha trancurrido, desde que Lajos la dejara para casarse con su hermana Vilma, muerta hace mucho, en una especie de no-vida, de continua espera, de la lenta agonía de quien ya no desea nada (en un clima parecido, si se quiere, al de El último encuentro, en el que los pequeños detalles de los preparativos para recibir al visitante van dando lugar a las explicaciones que precipitaron los hechos, veinte años antes).
Junto con su parienta, la anciana Nunu, y las visitas dominicales de su hermano Laci y sus amigos Tibor y Endre, la vida de esta mujer transcurre repitiendo la rutina un día tras otro, entre el jardín donde cultivan flores y almendros, y la casa, donde han quedado las fotos, los muebles y los recuerdos de la vida que podría haber sido y no fue.
Pero el domingo en que, tras enviar un telegrama Lajos anuncia su visita, todo cambiará.
Es Eszter la que nos narra los sucesos de esa fatal mañana en que regresa Lajos, con su pequeño y desagradable séquito, además de sus dos hijos, los sobrinos de Eszter.
¿Pero por qué Eszter no se rebela contra el destino que Lajos viene a imponerle una vez más? ¿Es posible, acaso, escapar del destino? ¿Es ella cómplice de su propia desgracia? ¿El cinismo de Lajos lo explica todo?
La conversación con su sobrina Eva, que la carga de reproches y le pide ayuda para poder huir, a su vez, del destino que su padre ha elaborado para ella, pone luz a algunos acontecimientos que determinaron los hechos ocurridos veinte años atrás, pero esa explicación tardía, que de algún modo le hace una pequeña justicia a Lajos, no ayudará a Eszter. Ella misma nos dice: "Me sentía mareada, como siempre que me veo obligada a salir de mi mundo inmaterial de espera, de contemplación y de sombras, para enfrentarme a la realidad."

lunes, 7 de septiembre de 2009

The Tudors



Quienes gustamos de leer biografías históricas, tarde o temprano caeremos en la vida de esta familia tan interesante. Ya sea que lleguemos a ella por un buen o mal recuerdo, siempre sesgado, de alguna mega producción de Hollywood sobre la vida de Ana Bolena (la segunda esposa de Enrique), ya sea que hayamos leído algo más académico sobre el surgimiento del Imperio inglés o la ruptura de Enrique VIII (1491-1547) con el papado, o bien, esa coyuntura tan intensa en lo político que se produjo en el siglo XVI europeo (con consecuencias en América, desde ya) con los reinados de Francisco I en Francia; Carlos V en España y Austria y, desde ya, los Tudor en la serie, muy bien realizada, que narra el reinado de este controvertido rey. En la temporada actual, ya hemos visto el casamiento de Enrique con su tercera esposa y madre de su único hijo varón (que reinará como Eduardo VI), Juana Seymour, y la muerte de esta reina. En el último capítulo, tras la violenta represión en el norte, causada por las resistencias a la política anticatólica que implementó Thomas Cromwell, el Rey firma la famosa Acta de los Seis Artículos.
Jonathan Rhys Meyers interpreta a Enrique y es un bombón, mucho más bonito que los retratos que del rey nos han llegado, como puede comprobarse en las imágenes que ilustran este breve texto.
Creada por Michael Hirst, la serie está producida por Peace Arch Entertainment para Showtime en asociación con Reveille Productions, Working Title Films y la Canadian Broadcasting Corporation. Se ha rodado en Irlanda.

lunes, 31 de agosto de 2009

Noches de calor en la ciudad (de La Plata)


Me gustaba tanto que me dajaba sin aire, de sólo imaginarlo.
No recordaba que se pudiera desear tanto a alguien, porque había dejado atrás los quince y los dieciséis hacía mucho.
Cada mañana me duchaba, me peinaba y me vestía encendida con la idea de cruzarlo. Y lo cruzaba. Aparecía dando la vuelta de la esquina en el lugar más inesperado y yo, que iba manejando, estaba a punto de chocar.
El ni me veía, pero yo sentía que me latía hasta el empeine y que mi vida era eso: deseo y deseo de ser deseada y casi nada más. Una canción para evocarlo, escuchada una y otra vez y una conversación con alguna amiga, para contarle (también una y otra vez) cómo me lo había cruzado al dar la vuelta de la esquina.
Tenía esas sonrisas sobradoras y cancheras que de chica me dejaban, igual que ahora, sin aire.
Averiguaba cosas de él, con el entusiasmo de un espía muy bien motivado en plena Guerra Fría y la expectativa del águila que, desde cualquier altura, divisa a la presa.
Hacía una pavada detrás de la otra, exponiéndome no sólo al ridículo sino también a la humillación.
Y las hacía, junto a mis amigas, por toda la ciudad, recorriendo de Norte a Sur el casco urbano y más allá. Sintiendo esa mezcla densa de histeria, de ansiedad y de postergación (de la satisfacción) que crece como los tilos en La Plata.
Me dejé besar a las apuradas en el baño de un antro y embarqué a mis amigas en proyectos desatinados e inapropiados para mujeres adultas. Es cierto que ellas se lo pasaban muy bien en esas aventuras nocturnas (y noctámbulas) en las que lo único que era mayor a mi deseo era mi ansiedad. Ardía, pero no "ardimos", como en el viejo tema de Los Peregrinos.
Por seguirlo a él, redescubrimos la ciudad, la noche, los tragos, las calumnias y el chisme en bares de rock y de treinteañeros como nosotras: algo deprimidos, un tanto decepcionados, con varios fracasos a cuestas y mucho culto al arte.
Cuando lograba acercarme cara a cara, en lugar de besarlo, me salía agredirlo. Un tonto, dos tontos, tres tontos. A veces la calentura se mezcla con el desprecio y la autoestima se afianza en rechazar a quien no nos ha propuesto nada.
Jugamos un jueguito tan histérico que se parecía a una canción de los Virus que atrasaba veinte años pero, aun así, daba para jugar, porque era primavera, porque estaba mutando de piel, porque me acostaba y pensaba en él y no podía respirar.

Historia del llanto (Anagrama, 2007)


Acabo de terminar de leer Historia del llanto (Anagrama, 2007), de Alan Pauls, que en su momento me había recomendado Flor. Es el tercer libro que leo de este autor y, posiblemente, el que más me ha gustado, incluso, podría decir, el que anduvo "cerca", si es que tal cosa no fuera jugar, precisamente, con la idea de "lo cerca" que Pauls expone, casi sin piedad, en un relato que, va y viene en el tiempo pero se estructura en un presente continuo que abunda en subordinadas.

Se trata de un texto breve cuyo protagonista es un niño muy precoz (y un adolescente y un joven) de clase media "progre", en los años setenta, hijo de padres divorciados. Por medio de recuerdos e imágenes, nos introduce en su temprana pasión por el cómic, particularmente "Superman”; los fines de semana en la pileta del club con un padre mujeriego y egocéntrico con aspiraciones muy burguesas pero que se reivindica como comunista y simpatiza con los cantantes de protesta y la militancia de izquierda.

Dotado de diversos talentos que nadie en su entorno parece registrar (aprende a leer tempranamente, dibuja, escribe), conviviendo en un departamento con una madre deprimida y un tanto adicta a las pastillas y unos abuelos que se avergüenzan del fracaso matrimonial de su hija aunque gozan de su regreso al hogar paterno tras ese mismo fracaso, el niño desarrolla una extraña vocación (que es a la vez su tormento) por escuchar las confesiones más atroces, angustiadas y contradictorias de los adultos que lo rodean. “Ya a los cinco, seis años, él es el confidente”, y los demás “reconocen en él a la oreja que les hace falta y se le abalanzan como naúfragos”. La sensibilidad de este niño, que o se expresa frente a su padre bajo la forma del llanto y la retórica acerca del mismo, es al mismo tiempo el sentido y el modo en que logra llamar su atención y hacerse admirar por este.

Historia del llanto puede leerse como una crítica a esa generación, no desprovista de humor y en una clave sumamente intimista, interpretada mediante el prisma, a través del tiempo, de la extrema sensibilidad del protagonista que evoca algunas situaciones e imágenes, (que se extreman, desde el regreso del “cantautor” del exilio, hasta la confesión de la “erpia” torturada, las lecturas de Fanon, Sartre, Marx; la caída de Allende o el fusilamiento del dictador Aramburu), apenas pequeñas piezas en el complejo rompecabezas del contexto político de la Argentina de los sesenta y los setenta. Sin embargo, son esas pequeñas piezas las que permiten comprender el rompecabezas general y el surgimiento de una apasionada vocación por la política, asociada al sacrificio personal, al heroísmo y a la revolución, en contradicción con el deseo de amar y hacerse amar por una mujer o de desarrollo intelectual.


lunes, 24 de agosto de 2009

La causalidad del mundo

Mi amiga M., allá, desde la costa mediterránea, no para de hacer hallazgos que me interpelan en lo que uno podría llamar, algo apresuradamente, la causalidad del mundo.
Su último descubrimiento, en este blog:
http://wwwlgfblogger.blogspot.com/2009/08/palabras-cromaticas.html

Partida al medio por una serie de desgradables acontecimientos, sus envíos son como un respiro y una oportunidad de despegar.

El último encuentro,Sandor Márai




Por recomendación de la queridísima María Estela, que aún sigue siendo mi maestra, a pesar de los...¿más de 30? años transcurridos desde que comenzó esa tarea, compré esta novela de un autor del que no había leído nada. En Internet, encontré que este autor húngaro, nacido en Kaschau (hoy Kosice, Eslovaquia) en 1900, "rebosa similitudes con Stefan Zweig, no sólo en su biografía sino en su obra."

Proveniente de una familia rica, tuvo la posibilidad de viajar por Europa y vivir en diversas ciudades. Al parecer no fueu n buen estudiante pero si un buen bohemio.
Es cierto que hay, también para mí, en la prosa de Márai, reminiscencias de Zweig (la vida militar, la época, la amistad entre camaradas, las cacerías).
En esta novela, es inquietante la reflexión acerca de la espera, la desesperanza de una amistad traicionada y de un amor infiel. La soledad, que engendra toda clase de monstruos y algo, quizá, de sabiduría. La melancolía de quien ha sufrido ya todas las decepciones que acarrea el final abrupto de la juventud y, formando el todo de la narración, la amistad entre dos hombres que no puede romperse, como un destino que les ha sido impuesto, aunque se hayan odiado casi más de lo que antes se quisieron.
Sumergida en el bosque que habita el general, anciano y solitario, no quiero dar vuelta las páginas, porque ya se termina la espera del último encuentro.


*Márai, Sandor, El último encuentro, (1999) Anagrama, Barcelona, 2009. 188 pag.

viernes, 21 de agosto de 2009

Corazonada

Sobre textos de Oliverio Girondo, esta obra tiene varios atractivos para el espectador. La puesta es excelente e, incluso los que no sabemos mucho de poesía o de teatro, podemos disfrutarla. El vestuario (de Kity Di Bártolo) es muy interesante, como la escenografía, de Julieta Sargentoni. La ilumniación (Gerardo Hochman, que también la dirije) contribuye también a crear un clima que se acerca mucho al humor, pese a la densidad de algunos textos. ¿Huellas de Magritte, quizás?
Los cuadros son dinámicos y vemos desde pequeñas coreografías que nos remiten a la comedia musical, hasta una escena de acrobacia que combina el erotismo con cierta mirada escéptica acerca del amor.
El elenco: Marcelo Allegro; Diego Aroza; Alejandra Bignasco; Pablo De la Fuente; Oscar Ferreyra; Martín Kasem; Carolina Painceira; Gustavo Portela.
Las funciones en la Sala Armando Discépolo, de la Comedia de la Provincia (calle 12 e/ 62 y 63).

Sueño con una falsa máscara japonesa


Quizá porque estuve hablando con E. de Mishima y de Confesiones de una máscara.
Quizá porque la muerte anduvo merodeando por donde no debía.
Quizá por una llamada inquietante que vino a perturbar mi precario equilibrio.
Anoche soñé que entraba en un palacio, cuyos muros descascarados dejaban, todavía, visible, los rastros de grandes frescos al estilo pompeyano. Y en cada habitación, un coro, una barra siniestra de mujeres de todas las edades, que no tenían nada que hacer pero permanecían allí, me observaba como a una curiosa discrepancia con el ambiente.
Tenía que hablar con una persona importante. Era importante porque tenía la llave de mi seguridad laboral. Esa persona no estaba y se hacía esperar largas horas, y yo sabía, en el fondo, que nunca llegaría, que una vez más postergaría una decisión que afectaba mi mundo todo.
En cambio, debía entrevistarme con su delegada. Una mujer grande que, tras una máscara al estilo de una ópera o del teatro japonés (kabuki), pese al maquillaje blanco de gruesa capa, no lograba ocultar su locura ni su maldad.
A mis preguntas, respondió con desafinados cantos en un idioma desconocido.
Y hui de allí, para salvarme, aunque sabía, pese a que se trataba de un sueño, que hay momentos en los que no es posible escapar ni salvarse de lo que viene.
Y como escribía Girondo, recordé que: "La desorientación de mi generación/ tiene su explicación en la dirección de nuestra educación, cuya idealización de la acción, era - ¡sin discusión!-/una mistificación, en contradicción/con nuestra propensión a la meditación, a la contemplación y
a la masturbación."

jueves, 20 de agosto de 2009

Adiós, pequeña

Cuando inventaron las palabras (cada día y también, algún día) olvidaron inventar las palabras para ciertos dolores que, insoportables, no pueden nombrarse.
Yo podría intentar unas palabras para despedirla a ella, que no me pertenece ni en los recuerdos sino más bien en las imaginaciones, y en el espejo de la voz quebrada de Carina (y sus padres); de la verborragia angustiada de mi hermana; de los ensueños de mi pequeña sobrina, tesoro mío que demasiado temprano debe escuchar algunas palabras que no deberían pronunciarse nunca.
Y yo, que apenas sé, o ni siquiera sé, rezar, rezo por la pequeña, que sea vuelva, por favor, ángel, que haya partido con el corazón lleno de amor, como merece. Y por sus padres. Y su hermanito.
Adiós, pequeña N.

jueves, 13 de agosto de 2009

Gramática y estilo I


Acerca del color se ha escrito mucho y hay diversas teorías. Algunas más apegadas al mundo de la física (desde el espectro de luz, la fuente lumínica, el oclor de la materia), otras que recuperan los diversos simbolismos del color en distintas culturas y épocas.
Maestros como los constructores de las catedrales góticas, expertos en el lenguaje de la luz y el color; artistas de la antigüedad y del Renacimiento (cómo no traer a la memoria, por asociación espontánea, obras de experimentadores como Leonardo o de la escuela veneciana, (pienso en Tiziano), más adelante Rembrandt en otro registro, hasta los impresionistas).
Más cercanas en el tiempo, los estudios de la Bauhaus y Kandinsky, cuyas ideas y su gramática pictórica se difundieron en el compendio Punto y línea sobre el plano (escrito entre 1923 y 1925, publicado en 1926), considerado por el autor como una continuación de su libro De lo espiritual en el arte.
Así que no pretendo en este post ensayar caprichosamente ninguna teoría original ni sólida.
Simplemente decir que:
1) Hay personas que irradian sombras.
2) A veces es permanente y otras, de manera circunstancial.
3) Hay personas expertas en el arte de comunicar con una gramática del color aplicada en el vestuario perfectamente consciente. No me refiero a los diseñadores ni las modelos ni a nadie del mercado de la moda.
4) Estilo y personalidad. (conceptos muy discutibles y subjetivos, desde ya, pero...).
5) Otras sólo siguen un canon impuesto por la industria y la publicidad. En algún momento esa lógica precipita algún traspié. Es inevitable. Y allí van, como marionetas, como si ese lenguaje que pretenden utilizar fuera una impostura. Entre ellas y su vestuario hay un zona de confusión, de contradicción, que resulta tan chocante como si viéramos a un parálitico incorporarse de su silla de ruedas y emprender una maratón. Algo no cierra. ¿Es el absurdo?
6) Están los puritanos (por religión, mandato familiar, idelogía, etcétera). El lenguaje del vestuario (y en no pocas ocasiones el lenguaje corporal y toooooooodo lo que en su imaginario represente lo carnal) les genera inquietud y temor. A veces esto se traduce en rechazo y soberbia y clasifican de frívolo y superficial todo lo que tiene que ver con el vestido, el maquillaje, el peinado.
7) Por ahora, no hablaré de: la elegancia, que no tiene NADA que ver con el poder adquisitivo ni el dinero. Ni el gusto personal. Ni de los despreocupados que son indiferentes a su aspecto.
8) Ni de la inmensa mayoría de nosotros, que a veces vamos por la vida experimentando una completa armonía entre lo que somos, o creemos ser, lo que mostramos (o creemos mostrar) y otras, ¡Ay, perfectamente conscientes de nuestra discordancia!

Continuará....

lunes, 3 de agosto de 2009

De adversarios y enemigos


"Lejos de crear las condiciones para una forma más madura y consensual de democracia, el hecho de proclamar el fin de la política adversarial produce entonces el efecto exactamente opuesto. Cuando la política se desarrolla en el registro de la moralidad, los antagonismos no pueden adoptar una forma agonista. Efectivamente, cuando los oponentes son definidos en términos morales y no políticos, no pueden ser concebidos como 'adversarios', sino sólo como un 'enemigo'. Con el 'ellos maligno' ningún debate agonista es posible, debe ser erradicado"
(Chantal Mouffe, En torno a lo político, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007)

Niña vieja 2


Acerca de ella,o más bien, de mi relación con ella, es posible que no pueda agregar demasiado a lo ya dicho en otros post.
Y sin embargo...
Ella siempre, aun en su inquietante parálisis, ausencia de movimiento, silencio, se las ingenia para hacer algo no haciendo.
Es como una estatua que, al contemplarla desde distintos puntos de vista (como espectadores, la rodeamos, nos movemos, intentando captar alguna esencia, descifrar un misterio que se nos vuelve más esquivo a cada nuevo intento) nos revelara nuevas facetas.
Incluso, en las sombras que proyecta, creemos poder descubrir nuevos sentidos de su gesto inmóvil.
Ha tenido la osadía de comunicarse, con esa curiosa estrategia suya de hago como sino hiciera, es decir, lanzo la piedra, tomo un pequeño riesgo sin consecuencias para mí pero cuyo daño (al otro) finjo no sospechar, con mi hijo. Y con total desparpajo le ha dicho más o menos lo mismo que a mí. Que lo quiere y que lo extraña, bla, bla,bla, pero que necesita estar tranquila.
Estar tranquila parece querer decir: no puedo verte, porque verte me perturba, me intranquiliza, altera mi paz. Es decir: es tu culpa que no te vea, a pesar de que quisiera verte.
De todas las excusas posibles para engañar a un niño, aun cuando sea uno mismo el que está tratando de engañarse y justificarse, utiliza una muy ruin. Pudo haber dicho: estoy muy ocupada, enferma, de viaje. Incluso, algo que se pareciera un poco a la verdad: estoy enemistada con tus padres y, aunque eso me entristece, no encuentro la manera de verte porque no quiero (puedo, sé cómo) resolver mis problemas con ellos y entonces, no puedo (quiero) verte.
Lo que no ha calibrado es que el niño que ella supo conocer ya no existe, ha estado muriendo como morimos todos a la infancia y en su lugar, lenta pero inexorablemente, ha nacido un adolescente que ya no se deja engañar con esa clase de tonteras.
Mientras tanto, arrinconada en su determinación de permanecer como niña, ella languidece sin asumir la adultez ni el paso del tiempo.
Me apena que su proyecto de vida se parezca tanto a la muerte y más aun, que de estas palabras que arrojo en el vacío, ella no comprendería, probablemente, nada.

Louise



Hace unos días, en el cumpleaños de mi amiga R., por esa clase de caprichosas asociaciones que suscita, por ejemplo, un nuevo peinado (el corte de R., en este caso), mi hermana y yo tratábamos de acordarnos el nombre de aquella sensual actriz del cine mudo que usaba la melenita y el flequillo oscurísimo. Tiramos un par de nombres de películas y nada. Desesperadas, recurrimos al marido de mi amiga, que es muy cinéfilo. Como nosotras, sabía de quién se hablaba, casi podía "ver" su cara, pero el nombre no llegaba a nuestras ansiosas memorias.
Estas son lagunas frecuentes, me ha pasado incluso con el nombre de actores por los que siento no sólo admiración, sino esa especie de enamoramiento platónico que nos suscitan algunas estrellas de otros tiempos, como Gregory Peck, Cary Grant o Montgomery Clift.
Y eso, a pesar de que para algunos com el crítico Henri Langlois, director de la Cinemateca Francesa, Louise Brooks -y es de ella de quien estoy hablando- es de esas actrices que:
"Aquellos que la han visto no la pueden olvidar. Es la actriz moderna por excelencia... Apenas aparece en la pantalla, la ficción se esfuma al tiempo con el arte, y uno tiene la impresión de estar viendo un documental. Es como si la cámara la hubiera tomado por sorpresa, sin su conocimiento. Es la inteligencia del proceso cinematográfico. Personificación perfecta de lo fotogénico, ella encarna todo lo que el cine redescubrió en sus últimos años de silencio: la naturalidad y la simplicidad completas. Su arte es tan puro que se vuelve invisible."
(http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1176)
Para tratar de rescatar alguna película de esta actriz nacida 1906, se puede intentar en Videoteca Aquilea.
Quien se interese por su filmografía y algunos datos de su vida, puede consultar en www.alohacriticon.com.