caprichos de palabras y colores para navegantes... "La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas". (G. Flaubert). Mis libros de narrativa publicados: la novela Último verano en Stalingrado (Grupo Editorial Sur, 2014); Alma rusa (Edulp, 2020, crónicas) y Yegua (Cuero, 2021, cuentos)
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lunes, 21 de septiembre de 2009
"O Creso o nada": la embestida de Clarín y el Diablo
Con la lectura de una de las biografías más conocidas acerca de César Borgia, quizá por la precisa elección del título, que era, justamente, el lema de este príncipe por excelencia, O César o nada (Vázquez Montalbán, Manuel , Planeta, Buenos Aires, 1998), podemos encontrar un interesante retrato no sólo de la familia Borgia, sino del surgimiento de los estados absolutistas modernos en pleno Renacimiento.
Todo el poder humano, a lo largo de la historia, se ha sostenido, tal como muy bien lo entendió y tan genialmente lo describió Marechal en La Autopisa de Creso, en tres pilares: la religión (Tiresias), la guerra (Ayax) y el dinero (Creso, el gran burgués). Todo eso, desde ya, ha costado y cuesta baños de sangre, generalmente provista por el cuarto pilar, el "pobre Gutierrez" (el Pueblo), al decir del propio Marechal.
Quizá porque el triunfo de Creso, desde la Revolución Francesa en adelante, ha sido tan rotundo, tan extendido y tan ominoso, a veces olvidamos que ha habido siglos y siglos en los que Ayax y Tiresias tuvieron la supremacía, ya sea alternativamente, ya sea en cómplices alianzas.
En tales momentos, Creso oficiaba más bien de servidor, engañosamente sumiso, a los designios de Tiresias y de Ayax.
Y bien vale recordar que aunque el padre, Alejandro Borgia (o Borja, en este caso, nuestro Tiresias) usó del dinero toda vez que le hizo falta para seducir voluntades (tal como usó de los matrimonios de sus hijos, como cualquier príncipe o rey de la época), y su hijo, un Ayax renacentista, dispuso de Creso cuando el arte de la guerra le fue adverso, ambos lo consideraban, todavía, un instrumento al servicio del poder político que construyeron. Un imperio que el padre Papa planificó con detalles, estrategia e inteligencia (y mucha paciencia) y el hijo llevó al climax y a la caída en pocos años que, sin embargo, marcaron la historia de Europa y abrieron las puertas para los imperios que se encolumnarían sobre las ruinas del Renacimiento en Francia, España, Austria e Inglaterra.
Pero la ponzoña de Creso es más veloz, astuta y contagiosa que la de cualquiera de sus circunstanciales aliados. Y ha terminado por convencer, incluso al mismo Gutierrez, humilde trabajador manual que cada tanto se revoluciona contra la tiranía de Creso, de su propia doctrina.
Y si en su momento Tiresias usó del arte religioso medieval y renacentista para evangelizar y someter a Gutierrez, que en su versión americana llegó de la mano de los fanáticos y brillantes jesuitas; y si el aventurero Ayax usó del patriotismo y los rituales bélicos para mandar siempre a Gutierrez como carne de cañón a las batallas de guerras interminables, puede decirse en favor de ambos que, al menos, creían en lo que hacían, sin por ello justificar que bajo sus heroicas gestas morían de a miles todos los Gutierrez de la Tierra.
En cambio, el vulgar Creso sólo cree en sí mismo. Sirve a un dios sin otra liturgia que su propia exaltación, pero nos hace crer que ya no hay dioses. Utiliza un discurso libertario (ya antiguo, por cierto) para encubrir todas las formas de esclavitud que ha sabido construir sin tener que ponerle el cuerpo a nada, creando las crisis a los pobres pueblos del mundo y a la vez, erigiéndose en su salvador.
Y en nuestro propio país, la tierra de Marechal, sus ritos son defendidos por horrendos y berretas sacerdotes y sacerdotisas que hoy se pueden llamar María Laura Santillán o diputada Giudici, la bruta y brutal Patricia Bullrich o los patéticos Bonelli y Silvestre, lo mismo da. Porque Creso no conduce, como César hacía, sus ejércitos, ni hace del honor, la crueldad y la valentía sus banderas. Comparte el lema, actualizado, "O Creso o nada", pero esconde la cabeza como Magnetto, De Nárvaez y sus amos verdaderos que, si al menos tuviéramos el beneficio de la religión, ubicaríamos, como corresponde, del lado oscuro. Porque como decía Giovanni Papini, "el mayor triunfo del Diablo es habernos convencido de que no existe". (Papini, G, El Diablo)
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