Voy caminando y escuchando música. Natalia Lafourcade, Amy Winehouse, no estoy segura. Es una de las pocas mañanas de sol en este otoño triste. Me encuentro con un amigo con el que fuimos en otros tiempos muy cercanos. Nos alejamos, ambos sabemos por que, aunque probablemente ya no importe.
La muerte está tan cerca, me dice mi corazón a cada paso, que no vale la pena perder el tiempo en el rencor.
Conversamos en la calle de esto y aquello, con esa confianza de antes, hecha de ironías buena leche, y de ese descanso que significa, habiendo vivido y compartido tanto, no tener que caretear ni dar explicaciones de quienes somos.
Hablamos de rock, de hijos, de la peste amarilla, de hermanos.
Pienso para mí que es una pena que nos hayamos distanciado, éramos confidentes, la pasábamos bien, nos prestábamos los mejores libros, me enseñaba de la mejor música de todos los géneros y en nuestra conversaciones podíamos pensar como si voláramos.
Un flaco que está haciendo cola por ahí en un banco cercano nos escucha hablar de bandas que tocan ese fin de semana y, pidiendo disculpas, se mete en la conversación. Como si fuéramos de la misma estirpe, vestidos de oficina pero llevando en nosotros otras músicas.
Los dos hablamos a la vez y se nos nota el alivio, la alegría de encontrarnos sin tensiones, de habernos perdonado.
Me dan ganas de contarle cosas mías y preguntarle de él, de sus amores, pero no quiero arruinar este buen clima. Las formas de la amistad son como películas o novelas de Proust, nosotros ya no somos aquellos de otros años, nos hicimos daño y lastimamos a otros. Sé que algunas revelaciones de mi vida le harían muchísima gracia, sobre todo esos extraños vericuetos de la ciudad de las diagonales que promueven encuentros entre personas que han quizá dedicado su vida a viajar y a vivir lejos de la capital utópica a la que el amor siempre nos vuelve a traer.
El amor es una fuerza muy poderosa y hay amores y deseos que se tejen en la adolescencia y la juventud y nos marcan para siempre, incluso si vivimos sin saberlo muchos años. Las ciudades lo saben y se alimentan de eso, claro que también está el rencor, y están los celos, y está la muerte, y la horrible indiferencia. Y por supuesto, el maldito y asesino mundo capitalista.
Nos despedimos afectuosamente.
La vida está allí: sorprendiéndonos en cada esquina.
caprichos de palabras y colores para navegantes... "La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas". (G. Flaubert). Mis libros de narrativa publicados: la novela Último verano en Stalingrado (Grupo Editorial Sur, 2014); Alma rusa (Edulp, 2020, crónicas) y Yegua (Cuero, 2021, cuentos)
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domingo, 20 de mayo de 2018
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