"Escribir es tantas veces recordar lo que nunca existió.
¿Cómo lograré saber lo que ni siquiera sé?
Así, como si recordara. Con un esfuerzo de memoria,
como si yo nunca hubiera nacido.
como si yo nunca hubiera nacido.
Nunca nací, nunca viví: pero recuerdo, y el recuerdo es en carne viva".
(Clarice Lispector, Revelación de un mundo)
Por eso yo escribo de un hombre al que no amé y que no me amó, como si nos hubiéramos amado.
Y me acuerdo de frases de Silvina Ocampo, o de las que escriben CR, o CN o PS en sus blog,sus redes, sus libros. Silvina, así, como si fuera una amiga, me llega en frases que me vienen, como cuando ella dice que un hombre que no ama no puede provocar un orgasmo. Y no es que esté hablando de Tal o de Tal otro, o quizá sí, está escribiendo, y al escribir es como si su voz fuera arrojada al universo, y chocara con algunas paredes, y rebotara en algunas almas, y entonces alguien (como yo) lee sus frases y dice: sí, lo sé, me hizo gozar tanto que creí que nos amábamos.
O bien, por un instante nos amamos.
O luego: eso nada tuvo que ver con el amor, dos egos, dos soledades, dos seducciones que se encontraron.
O cualquier otra cosa parecida, única, singular, de una escritura que no tiene ya dueño ni musos.
Por eso escribo acerca de cosas que pueden haber sucedido en algunas vidas, incluso en la mía, o no, y eso no tiene importancia, porque la vida es en la escritura tan real como en cualquier otro mundo posible.
Y me acuerdo de frases de Silvina Ocampo, o de las que escriben CR, o CN o PS en sus blog,sus redes, sus libros. Silvina, así, como si fuera una amiga, me llega en frases que me vienen, como cuando ella dice que un hombre que no ama no puede provocar un orgasmo. Y no es que esté hablando de Tal o de Tal otro, o quizá sí, está escribiendo, y al escribir es como si su voz fuera arrojada al universo, y chocara con algunas paredes, y rebotara en algunas almas, y entonces alguien (como yo) lee sus frases y dice: sí, lo sé, me hizo gozar tanto que creí que nos amábamos.
O bien, por un instante nos amamos.
O luego: eso nada tuvo que ver con el amor, dos egos, dos soledades, dos seducciones que se encontraron.
O cualquier otra cosa parecida, única, singular, de una escritura que no tiene ya dueño ni musos.
Por eso escribo acerca de cosas que pueden haber sucedido en algunas vidas, incluso en la mía, o no, y eso no tiene importancia, porque la vida es en la escritura tan real como en cualquier otro mundo posible.
Por eso cuando un hombre que no me amó me hace reproches por lo que escribo, me hace un reclamo de celos como si me quisiera, no puedo más que encogerme de hombros -y de hombres- y tal vez intentar explicar lo que no puede explicarse, porque yo tampoco sé por qué estas historias, por qué estas palabras, por qué puede alguien reconocerse o no reconocerse en estos textos que me invaden como me invade el mundo. A veces el mundo me invade, a veces lo habito yo de tal modo que mi cuerpo se entrega a la escritura y a la vida, como se entrega al amor que no es amor, pero es lo mismo en ese instante si nos hace sentir vivas.
Por eso yo puedo ser libre acá, y tal vez solamente acá, sin ataduras, sin especulaciones, sin medir las consecuencias.
Aunque a veces sufra las consecuencias, y otras las disfrute, y otras sean latigazos, y otras enseñanzas de maestros y maestras lejanas, y voces de lectores que vuelven como verdades, como destellos, como barcos vikingos de mundos por descubrir.
Aunque a veces sufra las consecuencias, y otras las disfrute, y otras sean latigazos, y otras enseñanzas de maestros y maestras lejanas, y voces de lectores que vuelven como verdades, como destellos, como barcos vikingos de mundos por descubrir.
Libre, liberándome. Y así, escribiendo, librarme de vos y tus encantos, de los hechizos que envolvieron nuestros días, los vividos, los imaginados, los del futuro que no llegará.
Librarme de vos, que es salvarme: librarme de mí, de esa yo que desespera y pide lo imposible a quien no es ni será, ardiendo como una doncella medieval en rituales que no tienen cabida en este tiempo.
Librarme de vos, que es salvarme: librarme de mí, de esa yo que desespera y pide lo imposible a quien no es ni será, ardiendo como una doncella medieval en rituales que no tienen cabida en este tiempo.
Puedo hablar de mis amigas, las que están y las que no están, como si conversáramos con los pies en el agua, o descalzas en el pasto recién cortado que huele a menta y tierra mojada, o en la playa. Puedo hablar con mis amigas y mis hermanas de sangre o de amor como cuando nos metíamos en el mar, detrás de las rompientes, con esa mezcla de adrenalina y felicidad, dando brazadas o haciendo la plancha bajo el sol del amanecer, como si fuéramos a vivir para siempre pero también como si la muerte solo fuera el horror absoluto para quienes no se atreven a vivir.
Hablarles, incluso con los silencios que compartimos con algunas, con miradas, con esas grandes pelas que nos cambiaron en lo profundo, con los errores cometidos, con los perdones, con los restos de tantos naufragios.
Hablarles, incluso con los silencios que compartimos con algunas, con miradas, con esas grandes pelas que nos cambiaron en lo profundo, con los errores cometidos, con los perdones, con los restos de tantos naufragios.
Vivir que es aceptar las derrotas.
Las pérdidas.
Las mil batallas.
Los amores no correspondidos, que cuando duelen, duelen como tumores, como enfermedades incurables, como soledades infinitas, como abismos sin conejos ni magia.
Duelen como los recuerdos en carne viva de lo que no será, la mirada que no nos mirará (y mirará a otra), las palabras que no nos dirán (y le dirán a otra).
Tu hielo que corta el fuego que me poseía.
Pero no duelen como las primeras heridas, y es porque sabemos que pasará, que vendrá otro día, que vendrán otras palabras, que un día no sabremos qué nos ataba a aquella loca incertidumbre del deseo en llamaradas de seducción, y nada más. Nada menos claro, pero nada más.
Con un esfuerzo de memoria de lo que se va diluyendo, que cambia de forma, que adquiere el tamaño de una nueva sonrisa, de un abrazo que calma, como las palabras dulces que traen, sino olvido, al menos, nuevos recuerdos. Dos cuerpos que se encuentran y se deleitan, y se hacen bien.
Nuevas escrituras.
Y los trazos de la tinta y el acrílico sobre el blanco, y los ojos de la chica y del chico que dibujaste con tanta sabiduría, que me hacen olvidar unas horas de las bombas de tiempo que llevamos en el cuerpo.
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