Los pies al fin sobre el césped recién cortado, que huele a menta y a tarde de verano.
La pileta sin armar, el arbolito viejo, la infancia de los hijos que se va alejando, lxs amigxs que ya no están.
Todo lo importante que calla, que insiste y calla, que es ADN y microcosmos, vida y muerte a cada rato disputando sus batallas y adorándose en nuestro cuerpo.
Y esta misma increíble sensación de terremoto.
Tsunamis de virus, cólicos y cegueras transitorias o estructurales.
Destellos de saber que al final todo pasa y todo se repite, pero va perdiendo gracia.
Por otra parte no deja de tener su justicia poética el hecho de que estuvieras dispuesta a la careteada, porque sabés lo peligroso que le resulta a tu corazón cuando sos muy vos y te enamorás de algún idiota que te hace surfear hasta que la adrenalina estalla, y caerte de las alturas eróticas hasta pegarte el re palo.
Y esas muertes con las que pagaste el precio de esas pequeñas muertes robadas en alguna que otra siesta ocasional.
Digo, no deja de tener tu gracia que hicieras el esfuerzo de ser amable y muñequita buena, que te repitieras que aunque no te guste mucho al menos te hace pensar menos en el idiota que te rompió el corazón. Y para tu desgracia, en realidad te hace pensar menos en general, y sabido es que nada estimula tanto el deseo como esos luminosos destellos de quienes nos hacen pensar de un modo que no es ni el de ellos (suyo) ni mío, sino nuestro estar pensando, aunque dure unas horas o una eternidad.
Abrazar o mirar en los ojos donde el brillo del destello conserva la curva de una idea expresada de una forma que sólo él, sólo a vos.
No, no deja de tener gracias que hicieras la versión prolija y paciente, que tomaras hasta achisparte lo bastante para irte a la cama como si te gustara cuando ya todos sabemos que.
No.
Da.
Ni dio.
No está dando.
Pero mientras tanto.
Seamos correctos y buenos.
Buenes. Y al final.
Tanto cuidaste que no se diera cuenta, tanto disimular tu falta de entusiasmo y justo cuando salíamos del embrollo sin prisa ni daño te pega un cachetazo (¿a la autoestima‽) como suele ocurrir con los que dicen frases acusadoras y revanchistas como que sos la mina que jamás les hubiera dado bola cuando éramos así o asá.
Y entonces cualquier idiota desprolijo con mala fama que te haga sentir viva y bella, aunque te rompa el corazón, es mejor si te hace bailar a tu ritmo que estos buenitos prolijos que nada.
Fin de año.
caprichos de palabras y colores para navegantes... "La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas". (G. Flaubert). Mis libros de narrativa publicados: la novela Último verano en Stalingrado (Grupo Editorial Sur, 2014); Alma rusa (Edulp, 2020, crónicas) y Yegua (Cuero, 2021, cuentos)
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lunes, 24 de diciembre de 2018
Fin de año y esos prolijitos que nada
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