caprichos de palabras y colores para navegantes... "La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas". (G. Flaubert). Mis libros de narrativa publicados: la novela Último verano en Stalingrado (Grupo Editorial Sur, 2014); Alma rusa (Edulp, 2020, crónicas) y Yegua (Cuero, 2021, cuentos)
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jueves, 27 de diciembre de 2018
Mientras ponemos el cuerpo
Me gustaría hacer zapping y cambiar de canal, cambiar de serie cambiar de plataforma cuando las cosas se presentan como un tren que nos va a chocar de frente.
Me gustaría surfear en el tiempo a toda velocidad y tener la autoestima de B, publicitar mi bondad, disimular mi neurosis y mis miserias. Quisiera ser como él, saltar de nombre en nombre y olvidar, no tener que elegir, no tener que perder.
Pero no soy como J, ni soy como L, y mucho menos soy como B.
Tampoco soy como F, haciendo morisquetas, haciéndose el correcto, sobrestimando la sinceridad cuando es nada más que narcisismo.
Puro ego.
Me gustaría no tener que poner siempre el cuerpo. Tan mujer cuerpo, tan nosotras siempre poniendo el cuerpo.
Para gestar, para parir, para abortar, para enfermar.
No tener que hacer colas y trámites, mientras sangro o tiemblo. Y doy explicaciones. Esperar horas veredictos y opiniones. Poniendo el cuerpo, sin metáfora, llevándolo de acá para allá, del cielo al infierno pasando por el matadero.
Gozando tanto, amando, y sabiendo en cada célula que el deseo siempre paga su precio y que a veces es un precio muy elevado.
Mirar a los hijxs como sino pasara nada.Nada, nada, cuando pasa todo.
Llorar mientras hago el test, los test, ¡los millones de test! Los de ella, los de aquella los míos.
(¿cuántos test hay que hacerse para que cada tanto alguno nos haga felices?)
Ser ella, yo, tú, nosotras.
Desangrarte después de parir. Después de abortar. Después del amor, sangrar.
Tener el brazo hinchado por la guía mal puesta y la concha latiendo de contracciones de muerte.
Quisiera no tener que esperar los resultados de ningún PAP, de ningún laboratorio, de ninguna mamografía, de ninguna perinola que marque el pulso: vida o muerte.
Me gustaría creer el mito de la medicina del siglo XXI, su imagen de asepsia, la inmortalidad, la sabiduría de la ciencia, la infalibilidad.
Me gustaría sentirme menos como Maradona, menos que la y lo tengo adentro cuando él no solo ya me olvidó hace rato, sino que olvidó a una cuatro o cinco cuerpos mujeres más mientras yo ( yo todas nosotras como yoes) veo flotar su nombre entre resultado de laboratorio y sentencias.
Me gustaría no tener que poner siempre tanto el cuerpo mientras médicos y médicas irresponsables sueltan palabras que golpean como infiernos, queman y laceran.
Me gustaría no recibir mensajes de tontos que creen que lo único importante que necesitamos escuchar mientras todo agoniza, mientras nos duele todo, es lo que hacen con sus pitos cuando ya no nos interesan ni ellos ni sus pitos.
Me gustaría no tener el el cuerpo tus peores moléculas, las enfermas, y saber que mientras yo pongo el cuerpo a este garrón vos ponés la crueldad, la indiferencia y el castigo.
Cuando yo era chica no se hablaba del patriarcado, y sí se hablaba del nuevo hombre, y yo diría, la nueva mujer.
Me gustaría pensar que algún día seremos, en nuestras diferencias, sin perderlas, compañerxs.
Me gustaría que la bondad real de A fuera contagiosa.
Y que ningún hombre pudiera olvidar que los juegos que se juegan de a dos deberían de a dos enfrentar las pruebas.
Me gustaría ser menos ansiosa para la vida, y más rápida para olvidar.
Y entonces recuerdo el enigma de Tiresias del goce en el amor. Y creo que eso es lo que estamos, cada vez más hermanadas, pagando a quienes escribieron las tragedias.
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