No duermo.
El extravío de madre se me instala en la contractura.
El dolor de N me paraliza de espanto.
No duermo.
Azotes de terror sacuden el país que se rebeló contra la esclavitud durante unos años: los esclavos resisten, los amos golpean, su látigo es dulce como un veneno edulcorado para engañar a los paladares incautos.
Casi todos beben el cáliz, incluso, pagan por hacerlo, y claro, pagan por hacerlo.
El primer pago es con dinero que ganaron trabajando con su cuerpo y su mente, el segundo pago les confisca alma y corazón.
No duermo.
Trabajo.
Cuido tu extravío, madre, vos a tu modo cuidas el mío. Somos madre/hija, hija/madre.
Estrago y amor.
Veneno y dulzor, e incluso, algunas risas.
Trabajo, corro, limpio, composteo, pinto la pared, subo al micro, subo al auto, subo a la bici, bajo, bajo al sueño, , bajo al descanso y al insomnio, doy una clase, escribo, alimento a los animales, a hijo, hijo me alimenta a mí, hago compras, me paro bajo las candilejas en el escenario donde montamos las escenas que actuamos comprometiendo todo, y también las otras, las que ni otros ni nosotros creemos.
Es agotador ser una misma.
Y más agotador es no serlo.
Es agotadora la literalidad de algunas lecturas e interpretaciones, es agotador tener que pedirle a la metáfora que se vista de rendición de cuentas de un contador de monotributistas perseguidos por los liberadores de bigger evasores.
Es agotador tratar de enamorarme de vos.
Impostura: pan para hoy, cinismo gélido para mañana.
Prefiero esta bola de ansiedad y síntoma.
Me cruzo con alguien que quisiera abrazar y entonces lo abrazo, sanseacabó.
Cuando me desplomo, mis amigos me juntan del piso y me clavan con alfileres a algún pilar de los que me gustan, o de los que hay disponibles.
En los pasillos de las escuelas, las fábricas, las oficinas y las facultades alguien sembró mucho: germina el amor, y algunos rencores y celos también pululan por ahí. Hay que andar con los brazos abiertos, y un escudo protector.
Si se perdió un dedo, abrir las manos para abrazarlos a todos.
Si se avecina una catástrofe: leer una buena novela y escuchar una buena canción.
A madre le presté una novela el domingo, como casi todos los domingos, y ayer todos me hablan de esa obra: ¿será que nos une una buena y bella historia que nos permite resistir a la fealdad y al espanto?
Me gustan los raros peinados nuevos.
Me gustan los pibes punk y no los obedientes.
No duermo bien, y así, deambulando, paso por tu casa y ya no sé por qué tenía tantos deseos de verte hace unos días.
Ahora es otra fachada más, y las vidas de ahí adentro me son extrañas.
Quiero librarme de algunas canciones y algunas imágenes y algunos olores y de tu voz susurrándome al oído las mentiras que decimos para poder amarnos un rato en una siesta robada a todo este esfuerzo.
También quiero a un hombre que vislumbré en un sueño los otros días.
Y librarme de los hombres pesadilla.
Decreto que este es un punto final.
caprichos de palabras y colores para navegantes... "La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas". (G. Flaubert). Mis libros de narrativa publicados: la novela Último verano en Stalingrado (Grupo Editorial Sur, 2014); Alma rusa (Edulp, 2020, crónicas) y Yegua (Cuero, 2021, cuentos)
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sábado, 7 de abril de 2018
Veneno y dulzor
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