Ahora, en este instante sí soy yo escribiéndote a vos.
Dando carnadura a lo que ayer negué, porque no era verdad aunque ahora sí lo sea.
Iunou, ahora sí voy dejando los indicios, las pistas: en este instante no soy una voz ni una una escritura que se escribe por medio de mí, inscrita en otra trama; no es una historia que me fue contada de mil maneras distintas y cien veces y de la que yo (en primera persona, singular o plural, en tercera, e incluso presindiendo de ciertas normas gramaticales) versiono un relato que no aprisiona realidad alguna ni nombres propios, ni siquiera verdades, apenas lo verosímil de la parte inventada con la que tejemos las historias que acunan nuestro sueño si somos afortunados.
Esta vez, hic et nunc, soy yo escribiéndote a vos,que no me leerás
(¿o sí?)
que no sé si te asomaste esta noche a mirar un cielo que permite sentir algunas esperanzas
(si evitamos pensar en Siria o en el arroyo contaminado que corre acá nomás)
a vos
el de la voz que se materializa en un llamado y es como si hablara otra persona que no había conocido y a la vez fueras más vos que nunca, como si vos fueras mucho más este de la voz de ayer que el otro, o los otros que me habitaban y de este modo me obligaras a mí a ser tan vulnerable como me sentía, como si la intensidad de tu tono (¿pasaste de tenor a barítono?), ese matiz desconocido del fastidio me despojara de un velo y me pusiera a la vez frente a un espejo donde lo que veo no me gusta, pero lo veo.
Y como si esa voz y lo que dice, y ese comentario tan perfecto respecto de la voracidad y los silencios (perfecto en su lucidez, perfecto en su descripción, perfecto en su verdad: perfecto como una piedra de ónice tallada como flecha que toca -y lastima- mi corazón).
Y ahí comprendo casi todo (o comprendo distinto), sin olvidar que el malentendido es la forma de la lengua amorosa.
Y creo que estaba equivocada y que vos tenés razón, aunque reconocer que estaba equivocada no constituya ninguna clase de triunfo ni satisfacción, no repara nada. Más bien es como sentarse en la orilla a observar la marea y preguntarse dónde están los ojos del mar, una de esas preguntas que se formulan sin esperar respuesta, pero que necesitamos formular para entender de qué también estamos hechos.
Y la noche es tan linda
que hace uno que olvide que hay una novela que se llama Lo bello y lo triste porque forman un par, y piense que puede haber lo bello aun cuando hay lo triste.
Escucho tu voz y es como terminar un capítulo de un libro que nos alegró el alma, y el cuerpo. Sobre todo el cuerpo, que es también el alma, esta torturada idea de separar tan occidental no ayuda mucho.
Escucho en tu voz al padre que me conmueve y me alejo porque es como el canto de una sirena. No sé muy bien quién soy, pero no soy Odiseo ni Penélope, apenas una habitante del apocalipsis de este siglo sin leyendas ni cantos ni dioses.
Sé que te cansé, y tal vez era lo que debía pasar para cruzar este nuevo río que se presenta en la llanura y en la encrucijada que forman las coordenadas del tiempo y del espacio del mundo que habitamos.
Y sé que me gustabas como eras cuando tus arrebatos sorprendieron mis viajes e interrumpieron otros abrazos.
Ahora estoy siendo.
Una mujer síntoma, una mujer palabra, una mujer cuerpo deseante y enfermo, una mujer que es feliz deslizándose en la arena caliente, o en la soledad de la cima de la montaña o con los pies en el arroyo de deshielo, observando la mañana y tomando un vino en las noches de asados y amistades; una mujer ansiedad y miedo, una mujer que adora abrazarte la espalda, una mujer que no sabe callar a tiempo ni sostener la "estúpida estrategia del amor" de las canciones que acompañan mis tardes.
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