"Escucho a los muertos con los ojos" (Quevedo)
Otros vendrán y quemarán una vez más los libros, nuestros libros, allí donde escribimos la memoria de los muertos que escuchamos con los ojos, como escribió Quevedo.
Porque les quitaron la voz, nada pudieron decir de sus verdugos ni de sus muertes y no porque fueran, como los antiguos, aquellos que los historiadores rescatan del silencio obligado que padecieron por ser analfabetos, gente del pueblo, anónima. No por eso.
Sino porque aun siendo letrados e incluso muchos de ellos sabios, casi todos y todas virtuosos además, corajudos, nobles, aun así (o tal vez precisamente por eso) lastimaron sus cuerpos hasta hacerlos sentir menos que una mujer, menos que un hombre.
Y no pudieron escribir sus nombres, el de sus verdugos, sus finales.
Torturaron sus carnes, laceraron su gravidez cargada de esperanzas y utopías incluso en esos pozos de infierno que ningún poeta florentino hubiera podido imaginar...
Robaron de sus entrepiernas todavía latentes la vida que prometía mañanas, y ninguna ignominia les fue ajena.
Otros vinieron y quemaron nuestros libros, donde escribimos lo nombres y las revelaciones que nos contaron con los ojos nuestros muertos, silenciados y arrojados desde el aire al río sin orillas para volverse olvido.
Quemarán nuestras bibliotecas y cerrarán nuestras escuelas y tratarán de evitar que recordemos las palabras con las que se teje la memoria de los que ya no tienen palabras.
Pero habrá unos amantes que abrazados murmurarán, como Funes invertidos que viven porque no olvidan, los nombres que quemaron para que por siempre desaparecieran.
Y como un mantra de amor esa memoria cobijará la noche en la que tal vez harán un hijo o una hija que caminará más allá de las hogueras, de los libros quemados, de los nombres olvidados, de la eterna impiedad.
Y llegará a una fuente, y meterá sus pies en el frescor, y habrá canciones y bailes alrededor.
Y habrá pueblo.
Y habrá poesía.
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