"No. Todavía no. Todavía no- dice"
(Nadie, nada, nunca, Juan José Saer)
Los lunes corro de la mañana a la noche, de un trabajo a otro, afuera de casa.
Tal vez una caminata o unas vueltas corriendo por ahí, ahora ya sin metáfora. La música y la adrenalina calman la locura y la Luna dibuja la inicial de mi nombre haciéndome un guiñe.
Los lunes no pienso en vos.
Los martes llegan con violencia, cargados de malas noticias y dolores, el trabajo me enajena, y la tarde se llena de nuevos planes y lecturas, alumnos y colegas me ponen a pensar y alguien pinta el cielo de Ringuelet como si hubiera leído a Oscar Wilde y su tesis de la naturaleza imitando al arte.
Los miércoles y jueves no puedo respirar, me hablan y me hablan, me escriben y contesto, soy como un robot eficaz pero siempre una canción o un poema, o una conversación con un amigo me devuelve al ritmo de quien camina a la orilla del río sin otro plan que evocar a un viejo amor o pintar con paletas de óleos imaginarios.
Pienso en vos y me llegan imágenes que son suaves como un kimono de seda sobre mi piel, de la que el sol ya se ha retirado.
Me sirvo una copa de vino y consulto el I Ching mientras cocino para los míos.
Pienso en vos y te veo montado sobre una partitura, cabalgando las notas como un muchacho salvaje de una novela de aventuras del siglo XIX, o como un hombre maduro que cuenta la historia a sus hijos, a la luz de un fogón que un antiguo cacique mapuche o un viejo esquimal le enseñó a encender en otra vida.
Cabalgando como el bayo de Saer en Nadie, nada, nunca.
Cabalgándome...
Los sábados empiezan temprano cargados de demandas y promesas, y esa especie exótica de perfumes que anuncian el final del verano con tormentas, y otros finales.
Por la noche salgo por ahí a escuchar a alguna banda y te busco en la ciudad donde nunca estás cuando te pienso intensamente.
Y bebo con amigos, y río y hasta soy feliz y me pondría a bailar, y lo hago, y nunca lo verás ni serán tuyos los brazos que sostengan mi giro.
El domingo es siempre como el final de una novela corta no demasiado entretenida, pero a la que aun así me aferro.
Yo sé que que esto es más domingo que sábado, y que todavía quedan algunas semanas con bellos atardeceres soleados en los que no voy a encontrarte y en los que no me pensás.
Y justo me llama mi amiga M, y ya estamos pensando libros, diálogos, invitados, nuevos afanes para nuevos proyectos y se va haciendo de noche y nadie se acuerda de lo que ayer era todo y es ahora nada, nunca.
Todavía no.
Todavía no, nunca, nada.
Los lunes no pienso en vos.
Los martes llegan con violencia, cargados de malas noticias y dolores, el trabajo me enajena, y la tarde se llena de nuevos planes y lecturas, alumnos y colegas me ponen a pensar y alguien pinta el cielo de Ringuelet como si hubiera leído a Oscar Wilde y su tesis de la naturaleza imitando al arte.
Los miércoles y jueves no puedo respirar, me hablan y me hablan, me escriben y contesto, soy como un robot eficaz pero siempre una canción o un poema, o una conversación con un amigo me devuelve al ritmo de quien camina a la orilla del río sin otro plan que evocar a un viejo amor o pintar con paletas de óleos imaginarios.
Pienso en vos y me llegan imágenes que son suaves como un kimono de seda sobre mi piel, de la que el sol ya se ha retirado.
Me sirvo una copa de vino y consulto el I Ching mientras cocino para los míos.
Pienso en vos y te veo montado sobre una partitura, cabalgando las notas como un muchacho salvaje de una novela de aventuras del siglo XIX, o como un hombre maduro que cuenta la historia a sus hijos, a la luz de un fogón que un antiguo cacique mapuche o un viejo esquimal le enseñó a encender en otra vida.
Cabalgando como el bayo de Saer en Nadie, nada, nunca.
Cabalgándome...
Los sábados empiezan temprano cargados de demandas y promesas, y esa especie exótica de perfumes que anuncian el final del verano con tormentas, y otros finales.
Por la noche salgo por ahí a escuchar a alguna banda y te busco en la ciudad donde nunca estás cuando te pienso intensamente.
Y bebo con amigos, y río y hasta soy feliz y me pondría a bailar, y lo hago, y nunca lo verás ni serán tuyos los brazos que sostengan mi giro.
El domingo es siempre como el final de una novela corta no demasiado entretenida, pero a la que aun así me aferro.
Yo sé que que esto es más domingo que sábado, y que todavía quedan algunas semanas con bellos atardeceres soleados en los que no voy a encontrarte y en los que no me pensás.
Y justo me llama mi amiga M, y ya estamos pensando libros, diálogos, invitados, nuevos afanes para nuevos proyectos y se va haciendo de noche y nadie se acuerda de lo que ayer era todo y es ahora nada, nunca.
Todavía no.
Todavía no, nunca, nada.
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