Muchas veces, en distintas conversaciones, recuerdo esta anécdota de Virginia Woolfe de la que voy a escribir acá, pero no recuerdo si lo leí (y en tal caso, ¿dónde?), lo escuché, lo vi, lo inventé, lo escribí, lo soñé. (Precisamente ayer se lo contaba a A.F.)
Nabokov entomólogo |
II. Mariposas
A mí, en particular, las mariposas me remiten a Nabokov, al que en su momento, tras una intensa pasión, dejé de leer porque es tan perfecto que me parece que es de los que me hace sentir que todo lo que escriba es vanidad y masturbación.
Volviendo al comienzo, se me ocurre que tal vez mi recuerdo es el de una sensación de desesperanza, la sospecha acerca de la inutilidad de seguir escribiendo, frente a la contundencia del genio literario de otro, de parálisis, como si V. Woolf hubiera expresado en verdad su deseo de desertar.
La sensación de vértigo (¡¡¡¡Dios!!!!¿Cómo pudo/puede alguien escribir así?), de sin sentido (¿para qué seguir escribiendo?), de renovación del deseo (¡¡¡¡qué ganas de escribir me provoca leer a este escritor!!!!).
Hay comienzos de novelas, versos de poemas, frases, que de pronto, emergen en nuestra memoria (resonancias, melodías, ¿personales y caprichosas sonatitas de Vinteuil?) y nos perturban, nos parece que la vida entera no vale nada al lado de esa frase, que la literatura es todo y casi cabe en esas palabras, cosas del tipo: "Por favor recuerda, recuérdame, recuérdanos así" o del tipo "y tenía el corazón//lo de abajo para arriba" o " Yo pertenezco a un mundo que se fue" o "quería ser caballo".
Hay escritores que me han producido al mismo tiempo toda esa contradictoria gama de sensaciones.
III- Dickens (for ever)
Algunos, estimularon en su momento (o aún lo hacen) una necesidad de escribir ineludible. Ese fue el caso de Dickens en mi infancia, por ejemplo (y de escribir "a lo Dickens" obviamente). Y sólo por eso, por esas deliciosas tardes en la intimidad de la fuga hacia otros mundos que él me posibilitó, por la salinidad dulce al sorberme las lágrimas que ocasionaba la lectura reiterada de la muerte de la Sra. Copperfield (y encontraba las delicias del consuelo en el abrazo de mi padre); el odio y compartido con mi hermana hacia el espantoso y pérfido Uriah Heep, las horas del tiempo sin límites dibujando o escribiendo retratos de la figura trágica y romántica de Steeforth ; años después, en una edición en papel biblia que estaba en la biblioteca de mi escuela primaria, La pequeña de Dorrit y la Historia en dos ciudades (creo que es última era de Austral, como El grillo del hogar y Cuentos de Navidad) ¡eterno amor a Charles, el genio del melodrama!
Tal vez es porque en el fondo soy una antigua, un espécimen de una raza en extinción, una ingenua, una mal educada, y aún a mi pesar, me parezco más a aquel lector del cual Borges dice que "ya no van quedando lectores, en el sentido ingenuo de la palabra, sino que todos son críticos potenciales." (Borges en “La supersticiosa ética del lector”, 1932)
¿Y vos, qué clase de lector sos?
1 comentario:
Ahora están pasando en la televisión películas y miniseries basadas en obras de Charles Dickens
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