- Llegué a Malabo el domingo en el que se jugaba la final de la copa africana de futbol. Guinea Ecuatorial fue país sede junto con su vecino Gabón, al estilo del mundial organizado por Corea y Japón hace unos años. La final se jugó en Libreville, capital de Gabón. La selección Nzalang – no tengo la menor idea de porque llaman asi a la representación local – fue eliminada en cuartos, por Zambia, pero igualmente el partido despertaba entusiasmos en un país donde no pasá demasiado. Basta pensar que solo han tenido dos presidentes en 43 años de existencia como país independiente. Nos fuimos con John a comer al “Toldo Rojo”, un sitio donde siempre son más los blanquitos expatriados y los negros educados en el primer mundo que los guineanos del montón. Tomamos unas cervezas y cuando en el entretiempo John se fue a dormir al “Hostal Chana” – hotelucho digno de un cuento de Washigton Cucurto, en el que desde hace un tiempo paramos y que por las noches se convierte en nido de amor de cientos de guineanos y guineanas apasionados - yo me fui al “Bar Flores. Mi Segunda Casa”. Ahí es otra la historia. Algunos españoles, refugiados de vaya a saber que oscuro pasado, más parecidos a Torrente que a Fernando Savater, y varias decenas de guineanos de toda etnia y equipo de futbol se habían congregado para ver la final africana. Me acodé en la barra y empecé rápidamente a conversar con los parroquianos. Los guineanos resentidos por su eliminación por parte de Zambia, hinchaban por Costa de Marfil al igual que los españoles que la apoyaban ya que muchos jugadores de su selección juegan en el futbol europeo. Pero yo, como buen hincha de Gimnasia, enseguida me puse del lado del que nunca había ganado un campeonato. El futbol hermana a los hombres, y varias cervezas más tarde, ya puteaba a Drogba en inglés, francés y hasta en Fang y Bubi, y con dos liberianos y un camerunés, festejábamos a los gritos cada llegada de Zambia al arco rival. Llegó el tiempo suplementario y a esa altura, ya medio borracho, era un hincha fanático. Terminó cero a cero, y en el fervor y la tensión que presuponían los penales, invité una vuelta de cervezas para los que hinchaban por Zambia, lo que ocasionó importantes deserciones en el bando de Costa de Marfil. Los penales fueron interminables. 14 penales sin errar uno, 7 a 7, hasta que erraron dos seguidos y luego volvió a errar Costa de Marfil y Zambia lo embocó. Estalló mi bando en el “Bar Flores” y en medio del festejo y de otra ronda de cervezas que en medio del caótico festejo, supongo pagué yo, les enseñé a los tres negros que habían compartido el partido en mi mesa el cántico sagrado que tarde o temprano sonará, entonado por todos los negros del mundo …… y salimos del bar abrazados y cantando a los gritos……..“Lobo campeóoooooon, Lobo campeóooonnnn” …… y fui feliz.
esta crónica se publica con la autorización de su autor, Bruno Carpinetti
caprichos de palabras y colores para navegantes... "La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas". (G. Flaubert). Mis libros de narrativa publicados: la novela Último verano en Stalingrado (Grupo Editorial Sur, 2014); Alma rusa (Edulp, 2020, crónicas) y Yegua (Cuero, 2021, cuentos)
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martes, 21 de febrero de 2012
Y fui feliz (crónica tripera de Bruno Carpinetti, desde África)
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