Añoro el siglo XIX, incluso a veces el XX, pero mal que me pese habito lo contemporáneo y me deja a veces pasmada, otras fascinada.
Decir intelectual es un problema y se requiere de muchos adjetivos. Se trata de un palabra tan devaluada que si una la repite puede parecer el pum pum pum de un instrumento de percusión, o el eco lejano de algo que quería decir otra cosa.
A veces fantaseo con ser contemplada a la sombra de y como una muchacha en flor.
Y vos deseándome como Marcel a Albertine, pero con más realismo, el vértigo de un animé, y con la ligereza y la alegría de los cuerpos que pueden al fin apagar la máquina de hacer preguntas, reproches y acusaciones y surfear la ola.
La espuma salada salpicando, la noche alrededor, aterciopelada y en vaso de trago corto con rodajas de naranja y hojas de menta.
Otras fantaseo con ser una aviadora que prefiere perderse en el horizonte infinito de sus, tus y mis numerosos olvidos antes que morderme la cola otra vez in My life.
Mi mente es más inquieta que un volcán submarino en movimiento, y a veces ni toda el agua del océano apaga la llama.
Me gustaría usar frases cortas y entregarme a la colonización de la lengua de los piratas del Imperio insaciable como hacen casi todos.
No darle tantas vueltas a batallas ya perdidas de antemano. Volver a fumar tabaco y ser una deidad del panteón apolineo pero con un arco y una flecha dionisíaca a mano, por las dudas.
Hay tantos monstruos ahí afuera, acechando, tantas presas, tantos animales salvajes y quimeras que atrapar. Tanto alimento y algún unicornio, tal vez, por qué no.
Camaleones, sapos, un pez gigante digno de un héroe y toda clase de mariposas.
O ser una guerrera vikinga que llega cansada de la batalla y se acuesta con un un joven artesano, un granjero o un viejo sabio, y toman vino o lo que sea para olvidar a los muertos.
Me gustaría ser una artista, una domadora de serpientes, una jineta sin obligaciones: tu ama, tu esclava, la chica a la que invitás esta noche a tomar un Martini en Casablanca, mi querido Rick.
Me gustaría que esta primavera siga oliendo a jazmines y a pueblo,
a sexo y a países lejanos e inventados donde las especias son picantes, el Tabasco no falta, el océano es cálido y las costas, sureñas, aunque las leyendas sean de mares del Norte.
Me gustaría ser una
astronauta valiente como Valentina Tereshkova y viajar a planetas más distantes que Plutón o a tribus perdidas en Áfricas olvidadas donde habitan marineros y náufragos marroquíes y amantes de la China del Norte, con pieles extremadamente suaves y lampiñas, y bocas calientes como rescates de la muerte.
Y una de Aretha F. o de Prince sonando de fondo a nuestra galopada, que no será The Big Wave pero sí una encantadora manera de comenzar la semana.
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