Una vez fui a la casa de la escritora Alicia Steimberg, un departamento pequeño muy cerca de Las Violetas, en Caba, atiborrado de libros, portarretratos, adornos. Me mostró las fotos de sus hijos, que ya eran adultos, y me iba contando anécdotas mientras yo la seguía hasta la pequeña cocina donde se me pierde en la memoria si me preparó un té o un café. A raíz de algo que me contaba, con relación a la crianza de lxs niñxs y la escritura (tema que por entonces ocupaba el centro de mi escena) le pregunté la edad, porque me parecía demasiado joven para tener hijos tan grandes. Ella me dio una de las respuestas más inteligentes que escuché respecto a las edades en una mujer, he contado esto infinidad de veces pero hoy me acordé al cruzarme en la calle con una desconocida que me recordó mucho a Mary Sánchez. Pero no a la Mary de los últimos años, sino a la de los 2000 y pico, cuando la trataba de manera casi cotidiana y pensé en esos caprichos del tiempo y la memoria, y de las imágenes que guardamos de las personas cuando dejamos de frecuentarlas por las razones que sean.
Me dijo Alicia: mi edad depende. A veces me despierto con quince años, otras tengo cien, mi DNI dice tal cosa...
Estos años oscuros nos han envejecido de la peor manera: enfermándonos y agotándonos.
Sin embargo, esta primavera, el vientito que sopla, el deseo que anda deambulando por ahí en los bodegones y que "escriben los poetas embriagados" me hace sentir so young por momentos.
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