1. Ana
Se levanta a las 4 y media, el chiflete del viento frío entra por las hendijas de los tablones de la casilla. Se abriga sin hacer ruido para no despertar a los chicos que duermen bien tapados. Enchufa la estufa eléctrica. Calienta agua en el anafe, total la garrafa es nueva. Prepara el mate cocido y lo pone en el termo, después de tomar una taza. Le deja la campera más nueva a la nena más grande que ya está despierta (ya las dos tienen el mismo talle, cómo se pasa la vida y los chicos se vienen grandes), le da instrucciones para el desayuno y para llevar a los hermanos a la escuela. Se emponcha bien, camina por la calle embarrada las cinco cuadras hasta la parada. Viaja parada y apretada. Se baja en la estación de tren. Sube al segundo que pasa. Viaja apretada. Baja. Camina seis cuadras, el sol empieza a calentar la mañana, los porteros barren las veredas, los negocios levantan las persianas. Toca el timbre, le abre la patrona. Se saludan, comentan del frío que está haciendo. Se cambia la ropa. Trabaja hasta las dos. Come un sanguche con los nenes de la casa y una sopa. Se despide. Camina hasta el subte. Viaja apretada. Llega a la casa vacía, abre. Limpia el baño, la cocina, los pisos que le quedan tan lindos que se siente orgullosa. Plancha las camisas del patrón, le quedan como para ir a una fiesta. Se sienta en la cocina que huele a lavandina. Se toma un té. Llega la patrona. Conversan del tiempo, le paga el día y le da una bolsa de ropa para los chicos. Cae la tarde, el sol ya no calienta. El hijo de la patrona la acerca hasta la estación de trenes en su auto. Toma el tren. Espera una hora el colectivo. El frío es una tortura. Llega de noche a la casa. La nena más grande ya está preparando un guiso con las verduras que les compró el vecino en el mercado. Los chicos revisan la bolsa de ropa. Hay un buzo rojo hermoso para la Marta y una campera rosa para la Lucy, que es perfecta para la escuela. Zapatillas casi nuevas para el chiquito. Que buena es la patrona de la tarde.
Cuando los más chicos se duermen, calienta un poco de agua, se higieniza. Revisa los cuadernos de la escuela y mira la novela con la nena más grande. Sale de la casa, fuma un cigarrillo y se va a acostar, satisfecha y agotada. En la cama que comparte con el chiquito y la Lucy, en silencio, reza una oración que aprendió en la parroquia, piensa en qué lindo sería que el papá de los nenes volviera (¡cómo lo extraña!) y consiguiera un buen laburo. La angustia que le agarra a veces cuando no tiene un mango para darles de comer a los chicos, qué suerte lo de la asignación. Lo bueno que es el vecino, cómo los cuida cuando ella no está. Lo inteligente que es la nena mayor, ojalá le den la computadora en el colegio. Cada día tiene su afán.
2 comentarios:
me gusta este post porque raras veces nos ponemos en el lugar de los otros.
Muy bueno, excelente.
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