viernes, 17 de enero de 2020

Lo real

C dice que yo estoy espléndida y que no debería idealizar a A. Que me veo mucho mejor que A. Es decir, suponiendo que hubiera alguna clase de equilibrio o simetría, o algún tipo de justicia estética en los vínculos mediados por el deseo, debería ser A el que dude de sus posibilidades conmigo, y no al revés.
Pero esas cosas no existen.

Nos mostramos fotos. Allí cada una ve lo que quiere, mejor dicho, lo que no sabe que quiere o lo que no sabe por qué quiere. Donde B ve a un hombre atractivo que la seduce por su inteligencia y humor, C ve a un viejo sin gracia y acabado.
C es joven, C es espontánea, C tiene todavía pocos golpes.
Le muestro una foto de A. Yo veo en esa imagen el paso de los años (las arrugas, las entradas, el rictus) pero también veo la memoria de la presencia del muchacho, del viajero, del aventurero, del valiente, del exiliado, del que sabe muchas cosas que yo no sé; y veo los secretos que conozco de nuestra intimidad. Eso me provoca una sonrisa que no puedo disimular, recordar esa intimidad y algunas entonaciones de A, sobre todo cuando parece estar enojado, entusiasmado con lo que dice o bromea.
Yo veo en esos brazos un abrazo de despedida y en esa boca los besos posibles que todavía no, o recuerdo alguno de ayer. Y la chispa esa en la mirada que pide, sedienta.
C, en cambio, insiste en que yo estoy mucho mejor que A, que B está mucho mejor que el hombre que le gusta.
Lo real, escribe por allí Lutereau, es la estética.

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