jueves, 1 de febrero de 2018

Detroit, zona de conflicto, la última de Bigelow


Bigelow es una genia.

Bigelow no te cuenta una historia, te mete adentro.
Bigelow se mete adentro de la violencia política, de la guerra, y te lo cuenta de un modo en el que solo ella es capaz.
Bigelow no filma, la cámara es una prolongación de su mente. Es una mente fría, capaz de manejar la complejidad del lenguaje cinematográfico en géneros de acción basados en historias reales que involucran situaciones de conflicto, pero su corazón tiene más empatía que la de la mayoría de los seres humanos.
Sospecho que Kathryn  Bigelow conoce muy bien la obra de Shackespeare.
Ella controla el montaje, la puesta, la dirección de actores y el manejo del tiempo de forma extraordinaria.
Bigelow no es afecta al melodrama ni a los golpes bajos, ella y su cine son una proclama ética/estética contra los lugares comunes de lo políticamente correcto y la estética soft de la industria pero a la vez, Bigelow sabe usar a la industria y a Hollywood para contar en su particular modo las mejores historias.
Es como un Leonardo Da Vinci, una artista renacentista integral, con el delirio, con la voluntad de crear y de hacer, pero a la vez, con la frialdad para controlar todo y con el conocimiento técnico para hacer máquinas voladoras de la narrativa cinematográfica donde  creíamos que todo estaba ya inventado, hasta que ves una de Bigelow.
Y sin embargo, yo te diría, no veas la última de Bigelow, no veas Detroit, no veas el modo en que ella nos cuenta cómo fue la ola de violencia policial contra los ciudadanos que hoy se llaman "afroamericanos" y apenas a fines de los 60 eran "los negros", los hijos de los eslavos, los que no podían ir en el mismo transporte que los blancos, ni estudiar en sus universidades, ni acceder a trabajos bien remunerados, ni hacer su arte como no fuera para entretener a los blancos, ni mucho menos coger con jóvenes chicas blancas liberadas por la píldora y el el movimiento hippie.
No veas la actualidad del tema en Estados Unido, y acá, porque puede ser que no lo soportes.
Los derechos civiles eran para la policía de Detroit como los derechos humanos para la policía amarilla argentina con ganas de reprimir y disparar por la espalda, y una ola de violencia, saqueos, incendios, arrasó con la falsa paz de Detroit.

Y la policía salió a matar y a torturar, y Bigelow te lo cuenta así: como si fuera el tiempo de la teoría de la correspondencia de Swedenborg, lo macro y lo micro, y entonces de las escenas narradas como un documental, en esa ciudad que es la quinta más grade de EEUU, a la intimidad de un abuso y tortura policial donde unos pibes que todavía no empezaron  vivir realmente, donde un pibe que no siquiera ha tenido sexo, son víctimas del racismo policial abusador.
Pero no veas esta película.
Porque si la ves, puede ser que se te tambalee hasta la médula y que todo tu sistema de valores de confort burgués entren en crisis.
Bigelow en Detroit se supera a sí misma, y no solo te cuenta la historia del 67 cuando la ciudad estuvo en estado de guerra y la policía salió a cazar y matar a los negros ("the nigger") y los negros empezaron (¡al fin!) a defenderse, no solo te muestra la humanidad de los personajes, contradictorios, profundamente verosímiles, no solo las barricadas urbanas, los incendios y los saqueos que podés ver en cualquier documental de la época. Sino que agarra con manos amorosas una pequeña gran historia basada en hechos reales, a partir de testimonios de sus víctimas y protagonistas, y amasa la trama íntima en más de dos horas donde lo macro de la maldad del mundo, del racista/fascista con poder, del cana que goza sometiendo y flagelando (a Santiago, a Rafael Nahuel, al coya boliviano que cruza la frontera argentina, al puto y a la puta, a los K, al negro de mierda, al negro de Detroit, al niño iraquí  y a la piba palestina) a los oprimidos.
Los hijos y los nietos de los esclavos, los laburantes pobres de Detroit y también a los hermosos jóvenes soñadores de arte de The dramatics, y a las chicas blancas de Ohio que aman a esos  jóvenes bellos y no les importa el color de sus piel y a todos los que consienten el horror y la injusticia sabiendo y mirando para otro lado.
Bigelow además no escamotea dolor, pero tampoco belleza. Porque en medio de esta tragedia, la belleza de los actores conmueve el alma.
Es una película insoportable.
Porque es imposible mirarla y no llorar, pero no llorar a lo cursi o por golpes bajos del discurso de lo políticamente correcto, sino no llorar por la banalidad del mal, por la brutalidad policial, porque es Detroit de los 60 o Argentina del 2018, pero el tamaño de la injusticia es proporcional a la melancolía que provocan algunas canciones que suenan, como banda de fondo con The dramatics y la imagen de una niña que, aun escena secundaria de dos segundos del comienzo, anticipa el grado de espanto que estamos a punto de vivir.
Porque Bigelow muestra, y no necesita juzgar ni hacerse la correcta, muestra apenas y sugiere, y cuando hace falta, muestra más y solamente un espectador insensible o profundamente cínico puede ver esta película en nuestra actualidad y no salir del cine  transformada y conmovida.


Ficha técnica:
Detroit: zona de conflicto ( Detroit, Estados Unidos, 2017). Dirección: Kathryn Bigelow. Guion: Mark Boal. Fotografía: Barry Ackroyd. Edición: William Goldenberg, Harry Yoon. Música: James Newton Howard. Elenco: John Boyega, Anthony Mackie, Algee Smith, Will Poulter. Distribuidora: Digicine. Duración: 143 minutos.


No hay comentarios: