Hace unos 2000 años, igual que ahora, los esclavos eran "el más barato y laborioso de los instrumentos de la agricultura". (Gibbon, 1781, 2010; 67)
Entonces, como ahora, muchos de los profesionales y docentes que requería el Imperio para seguir creciendo y enriquecer a sus amos eran esclavos: médicos, pedagogos, escritores, traductores, contadores.
Tantos esclavos había en la Roma imperial que cuando en algún momento se pensó la conveniencia de vestirlos con algún atuendo que los diferenciara del resto, la idea se descartó por temor a que se dieran cuenta del peligro que implicaba que tomaran conciencia del gran número que eran y se rebelaran. (Gibbon, 1781, 2010; 66)
En nuestro país, ciudadanos "respetables", incluso candidatos políticos, no han podido terminar de aclarar si tienen o no esclavos en sus agro empresas o en sus talleres textiles.
Sólo que los ciudadanos romanos que poseían y explotaban esclavos lo hacían dentro de la ley, es decir, de sus instituciones, a las que por supuesto defendían como garantes de sus privilegios.
Los amos contemporáneos, en cambio, han hecho del cinismo una aparente virtud y reclaman a los gobiernos que luchan contra la esclavitud mayor institucionalidad y "reglas de juego claras", curiosa forma del doble discurso que hubiera sorprendido al propio Antístenes.Ocultan lo que en verdad quieren decir: sostener una organización institucional que habilite y legitime el statu quo que les permite quedarse con la riqueza que otros producen sin que nadie chille por eso.
Los romanos no pasaban hambre, incluso en una economía sin excedentes, porque cuando fallaba una cosecha en alguna de sus provincias conquistadas, recurrían a los bienes expropiados de otra. Los esclavos, por supuesto, no eran ciudadanos ni poseían derechos. ¡Bienvenidos al mundo globalizado! ¡Bienvenidos al Imperio! Alea iacta est.
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