martes, 25 de febrero de 2020

Para llegar a Ítaca

¿Cómo serán las familias felices de las fotos fuera de las fotos?
En las fotos hay sonrisas de publicidad de pasta dental y paisajes que parecen disfrutarse más porque las familias felices de las fotos son felices todas de la misma manera, parafraseando al revés al gran inventor de la infelicidad de aquella sufriente y apasionada mujer que se enamora de quien no corresponde y de quien no es. Y lo sacrifica todo en nombre de una forma de amor que ya nadie recuerda, y si hay quien la recuerda, la defenestra.
La primer deconstrucción, leo por ahí, fue la de Dios. Digamos que empezó con Kant y el fin de los tutelajes y después puso primera y arrancó con la muerte de Dios del padeciente enamorado de la brillante Lou Andreas (segunda chica rusa de esta historia) hasta las picadas del siglo XX.
Ya en el XXI nadie podría entender a la enamorada Ana Karenina, y mucho menos, compadecerse de ella.
La tratarían de estúpida.
Ahora andamos solos y solas, con los corazones inquietos y familias felices para las fotos.
Las únicas familias que parecen sostenerse son la que se amarran al proyecto burgués, como Ulises para resistir al canto de las sirenas que reclaman: no ames, pero goza.
Y tal vez sólo resisten porque resignan un poco el amor, para ganar en confort y estabilidad económica, o tal vez tengan secretos guardados bajo siete llaves, secretos que no pueden verse en las fotos ni penetrar en la conciencia de una auténtica alma rusa.
Yo veo las fotos de las familias felices en modo familias felices, veo las fotos de los amantes felices en modo amantes felices, incluso mis fotos en ambos modos, y sospecho que debe haber alguna dimensión paralela donde la gente prefiera atravesar la angustia sin atarse al mástil para llegar a Ítaca más temprano que tarde, para intentar reparar el daño que hemos hecho , y tal vez, el que nos han hecho otros.

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