Vagamente recuerdo haber leído en algún cuento de Kundera de mis veintialgo que había que prestar mucha atención a la conducta de los primeros momentos en que dos personas pasan juntas una noche, una mañana, esas primeras horas en las que nadie sabe bien si es el principio de algo más duradero o un encuentro ocasional.
Porque allí, en las primeras actitudes y detalles, habita el germen de la forma en que se desarrollará la relación en caso de continuar. Si él, por ejemplo, le lleva el desayuno a la cama, posiblemente será quien se ubique en posición de atender al otro. Si ella quiere charlar o fumar después del sexo, seguramente esa actitud se repetirá en el futuro y puede llegar a ser un problema si él es de los que se abandonan al sueño una vez satisfechos, o si odia el cigarrillo.
Advertida, sin embrago, suelo distraerme y no prestar atención a estos detalles, salvo en la perspectiva del tiempo cuando trae el final del deseo y deja, con suerte, alguna historia ficcionada en base a emociones y pensamientos vividos.
Debí darme cuenta que todo estaba ahí, en esas primeras escenas, en el caso de X.
Por ejemplo, el modo en que él decía quien era con las mujeres, su manera de jugar el juego de un romanticismo nostálgico que en cierta forma usaba para encubrir su vacío, una posición ¿algo femenina? y su fantasía de seductor. Hablaba de una chica con la que había salido, y enseguida estaba aclarando que a él en verdad la chica no le gustaba mucho, pero en cambio le encantaba la amiga (o la prima, o la hermana, pero no la chica con la que estaba, sino otra). Era como si confesara que no estaba donde quería o con quien quería, y su deseo de alimentaba de búsquedas más que de encuentros, y de fantasías más que de vínculos. Y entonces yo lo sentía como incomodidad, como herida (no está acá, su deseo está en otra parte) o como fantasía de histeria, sin llegar a comprender que era un hombre que no podía.
Que no podía quedarse en ninguna parte porque en realidad no estaba del todo allí donde aparentemente estaba.
Y ahora, en patios vacíos de otoño, ni la música me regresa a esa memoria que alguna vez fue primavera.
caprichos de palabras y colores para navegantes... "La palabra humana es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas". (G. Flaubert). Mis libros de narrativa publicados: la novela Último verano en Stalingrado (Grupo Editorial Sur, 2014); Alma rusa (Edulp, 2020, crónicas) y Yegua (Cuero, 2021, cuentos)
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jueves, 6 de junio de 2019
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