"Toda violencia deriva de la ausencia de palabras para expresar el desacuerdo entre dos sujetos." (Fracoise Dolto)*
¿Qué le pasa a un niño al que sus padres, o lo adultos que lo rodean, no le nombran las cosas de mundo, no le ponen palabras a sus sentimientos?
¿Qué pasa cuando los conflictos se silencian, se ocultan, se callan, y entre simulacro y simulacro el cuerpo habla hasta incluso ensañarse con el cuerpo del otro?
Puse esa cita de Dolto en Facebook y varios se sintieron interpelados. ¿Quién no ha sufrido la humillación de ser negados con la indiferencia del otro, el no acusar recibo, el no responder a nuestras verbalizaciones, (aun a aquellas que puedan estar equivocadas o ser injustas), es un modo muy agresivo y autoritario de negar al otro.
La ley nos nombra y al instalar esa palabra nos transmite una identidad, configura nuestra autoestima. No hay palabras que puedan ser tan agresivas ni provocadoras como las que no se pronuncian. Los mensajes que no se responden, las cartas que no se contestan, las discusiones que unilateralmente se cierran mediante el silencio.
Esas familias discutidoras, gritonas, expresivas, aun aquellas familias insoportablemente verbalizadoras, transmiten a los más jóvenes, desde pequeños, que su palabra tiene valor en la sociedad: en la política, en los afectos, porque incluso a los gritos, se ha escuchado y se ha dicho.
En los debates actuales de la sociedad argentina, se usa mucho la palabra visibilizar. Eso reclamaron los ciudadanos al exigir la democratización de lo medios, ("todas las voces"); las minorías que luchan por su derechos la igualdad ante la ley (matrimonio igualitario, identidad de género) o ante conflictos de violencia social y/o institucional que matan con total impunidad los cuerpos, porque antes acabaron con la palabra de esas personas, que ya ni nombre tienen, son nada porque son nadie: son "pibes chorros" o "cuarteteros" o "faloperos" (y no Luciano, o Diego, o Lautaro, o Mariano, o Candela o Víctor). Y como no son, sus familia ni siquiera merecen saber qué les pasó, no merecen que los crímenes que acabaron con sus vidas tengan ley ni palabras, ambas condiciones de la justicia.
Cuando no hay palabras hay gatillos, hay patadas, hay cuchillos, hay sogas.
Se mata el cuerpo del otro o el propio. El conflicto no se resuelve, se clausura.
Mucha gente tiene miedo de hablar, por temor a las consecuencias y prefiere callar u ocultarse como el avestruz a enfrentar un conflicto. Esa represión engendra mucha violencia.
Hay instituciones, además de la familia, que callan sus vergonzosos crímenes. Las escuelas que violentan a los pibes porque no los escuchan ni les preguntan (y hablaron sólo para señalarlos como sospechosos de subversión en los 70); las iglesias que esconden en silencio los nombres de los niño robados y los asesinados por las dictaduras y los violados; los servicios penitenciarios que revientan a golpes a los presos, los policías que gatillan a los niños que no quieren robar para ellos, los medios que ocultan estas cosas, los ciudadanos que nos hacemos los distraídos.
En situaciones menos extremas, también ocurre que se muere un poco lo mejor de cada quien, en la familias, en los vínculos laborales, en los ámbitos de militancia, cuando se instala el lenguaje perverso de la ambigüedad (lo no dicho, lo sugerido, lo especulado, lo que no se sostiene) que contrasta a las palabras con los silencios. Y si es cierto que "uno es amo de lo que calla", no lo es menos que hacerse cargo de las palabras es asumir una ética de respeto por el otro como igual, sin querer ser amo de ningún esclavo ni cómplice de ningún maltrato. Y eso se aproxima mucho más a mi idea de libertad.
2 comentarios:
La génesis de las peores perversiones...
Cuando no hay palabras hay gatillos, hay patadas, hay cuchillos, hay sogas.
Se mata el cuerpo del otro o el propio..TAN ASI...
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