martes, 1 de febrero de 2011

Hijos de los hombres, de P.D.James

"En la madrugada de hoy, 1º de enero del año 2021, tres minutos después de las doce, murió en una pelea en un suburbio de Buenos Aires el último ser humano nacido sobre la faz de la tierra: tenía veinticinco años, dos meses y doce días."
Con estas impactantes líneas comienza la novela Hijos de los hombres, de P.D. James (1992). Ya desde hace unos años, cuando vi la película homónima (Children of men, Alfonso Cuarón, 2006)  basada en este libro, tenía ganas de leerlo. Como sucede con esos deseos olvidados que descansan en alguna capa subterránea de nuestro inconsciente, apareció sin que la buscara al revolver una batea de usados en una librería necochense este verano. Aunque no tan apegado a la novela como creía, el guión y la factura de la película tienen en común la creación de un intenso clima dramático que conjuga la desesperanza ante la inevitable finitud de la especie humana y el intimismo del relato desde el punto de vista de su protagonista y narrador en primera persona de un diario que, en la estructura de la novela, va alternando con un narrador en tercera persona. Se trata del cincuentón, quien malvive entregado al nihilimso y la resignación, y prestigioso doctor en historia de Oxford, Theo Faron, único pariente vivo del Custodio y dictador de Inglaterra.
Si bien se supone que es ciencia ficción, la crítica hacia una sociedad impotente, infértil, descreída y abandonada por los dioses posmodernos de la ciencia, cuyo única aspiración para vivir los últimos años son el orden, la seguridad y la protección. Hace 25 años, sin que ni la ciencia ni la religión encuentren respuestas, ninguna mujer ha quedado embarazada. Los gobiernos realizan permanentes investigaciones, controles y test de fertilidad obligatorios en todas las mujeres y hombres "aptos" (es decir, sin deformidades ni enfermedades), pero al paso de los años, todos se van resignando a la extinción. Nos sumergimos en un mundo donde las potencias, como Inglaterra, cierran sus fronteras al Otro, dejando sólo los huecos necesarios para que ingresen, como mano de obra esclava, los trabajadores del "otro lado"; un mundo donde se obliga a los viejos, improductivos, a suicidarse en rituales desacralizados y en el que los jóvenes, venerados como dioses por su sola condición de Omegas (la última generación nacida en la Tierra) se han convertido en demonios de violencia e individualismo brutal. Un mundo en el que muchas  mujeres, enloquecidas, no se resignan a no poder tener hijos y bautizan a sus mascotas y juegan con muñecas a las que pasean en cochecitos; en el que profetas de toda clase hacen su negocio y los diversos cristianismos intentan ofrecer algún consuelo antes del fin de la especia. Un mundo donde lo único que parece posible es cerrar las puertas de las casas para conservar las últimas comodidades de la civilización antes de que colapse por completo frente al avance de la naturaleza que ya no encuentra oposición humana a su dominio. Como paliativos para la angustia, el Estado financia los pornoshop y las universidades más elitistas de Inglaterra abren cursos de todo tipo para los adultos deprimidos y aburridos que aún no se deciden al suicidio.
Leyéndolo hoy, cuando las sociedades "desarrolladas" han reemplazado el deseo de tener hijos por el deseo de consumir confort y sus tasas de crecimiento decrecen de manera alarmante; cuando en los continentes más pobres, como África, el SIDA, el hambre y otras epidemias (creadas o sostenidas por el propio sistema capitalista) ejercen un horroroso sistema de control demográfico; cuando la imposición de ser sujetos productivos y consumidores (y ya no, nunca más, seres para el trabajo y para la vida) y en países como el nuestro las clases medias, si es que aspiran a la maternidad/paternidad lo hacen después del "desarrollo profesional", es decir, en los años en que la biología impone los límites a la fertilidad, surgen, como inevitables, las preguntas de si la ficción de P.D. James no es más que una excelente y muy bien narrada descripción de nuestro mundo contemporáneo y nuestra ilusión de obtener seguridad, orden y protección, resignando el amor, la justicia y la compasión.
¿La irrupción de un grupo de apasionados revolucionarios encolumnados detrás de una mujer embarazada puede cambiar el curso de los acontecimientos? ¿Habrá, todavía, quienes estén dispuestos a luchar y morir por los demás, por una incierta esperanza de futuro?
Ni la película ni la novela son recomendables para personas muy políticamente correctas, muy progres y no dispuestas a abandonar unos instantes cierta pereza emotiva e intelectual. Desde ya, fachos, abstenerse.

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