lunes, 31 de agosto de 2009

Noches de calor en la ciudad (de La Plata)


Me gustaba tanto que me dajaba sin aire, de sólo imaginarlo.
No recordaba que se pudiera desear tanto a alguien, porque había dejado atrás los quince y los dieciséis hacía mucho.
Cada mañana me duchaba, me peinaba y me vestía encendida con la idea de cruzarlo. Y lo cruzaba. Aparecía dando la vuelta de la esquina en el lugar más inesperado y yo, que iba manejando, estaba a punto de chocar.
El ni me veía, pero yo sentía que me latía hasta el empeine y que mi vida era eso: deseo y deseo de ser deseada y casi nada más. Una canción para evocarlo, escuchada una y otra vez y una conversación con alguna amiga, para contarle (también una y otra vez) cómo me lo había cruzado al dar la vuelta de la esquina.
Tenía esas sonrisas sobradoras y cancheras que de chica me dejaban, igual que ahora, sin aire.
Averiguaba cosas de él, con el entusiasmo de un espía muy bien motivado en plena Guerra Fría y la expectativa del águila que, desde cualquier altura, divisa a la presa.
Hacía una pavada detrás de la otra, exponiéndome no sólo al ridículo sino también a la humillación.
Y las hacía, junto a mis amigas, por toda la ciudad, recorriendo de Norte a Sur el casco urbano y más allá. Sintiendo esa mezcla densa de histeria, de ansiedad y de postergación (de la satisfacción) que crece como los tilos en La Plata.
Me dejé besar a las apuradas en el baño de un antro y embarqué a mis amigas en proyectos desatinados e inapropiados para mujeres adultas. Es cierto que ellas se lo pasaban muy bien en esas aventuras nocturnas (y noctámbulas) en las que lo único que era mayor a mi deseo era mi ansiedad. Ardía, pero no "ardimos", como en el viejo tema de Los Peregrinos.
Por seguirlo a él, redescubrimos la ciudad, la noche, los tragos, las calumnias y el chisme en bares de rock y de treinteañeros como nosotras: algo deprimidos, un tanto decepcionados, con varios fracasos a cuestas y mucho culto al arte.
Cuando lograba acercarme cara a cara, en lugar de besarlo, me salía agredirlo. Un tonto, dos tontos, tres tontos. A veces la calentura se mezcla con el desprecio y la autoestima se afianza en rechazar a quien no nos ha propuesto nada.
Jugamos un jueguito tan histérico que se parecía a una canción de los Virus que atrasaba veinte años pero, aun así, daba para jugar, porque era primavera, porque estaba mutando de piel, porque me acostaba y pensaba en él y no podía respirar.

Historia del llanto (Anagrama, 2007)


Acabo de terminar de leer Historia del llanto (Anagrama, 2007), de Alan Pauls, que en su momento me había recomendado Flor. Es el tercer libro que leo de este autor y, posiblemente, el que más me ha gustado, incluso, podría decir, el que anduvo "cerca", si es que tal cosa no fuera jugar, precisamente, con la idea de "lo cerca" que Pauls expone, casi sin piedad, en un relato que, va y viene en el tiempo pero se estructura en un presente continuo que abunda en subordinadas.

Se trata de un texto breve cuyo protagonista es un niño muy precoz (y un adolescente y un joven) de clase media "progre", en los años setenta, hijo de padres divorciados. Por medio de recuerdos e imágenes, nos introduce en su temprana pasión por el cómic, particularmente "Superman”; los fines de semana en la pileta del club con un padre mujeriego y egocéntrico con aspiraciones muy burguesas pero que se reivindica como comunista y simpatiza con los cantantes de protesta y la militancia de izquierda.

Dotado de diversos talentos que nadie en su entorno parece registrar (aprende a leer tempranamente, dibuja, escribe), conviviendo en un departamento con una madre deprimida y un tanto adicta a las pastillas y unos abuelos que se avergüenzan del fracaso matrimonial de su hija aunque gozan de su regreso al hogar paterno tras ese mismo fracaso, el niño desarrolla una extraña vocación (que es a la vez su tormento) por escuchar las confesiones más atroces, angustiadas y contradictorias de los adultos que lo rodean. “Ya a los cinco, seis años, él es el confidente”, y los demás “reconocen en él a la oreja que les hace falta y se le abalanzan como naúfragos”. La sensibilidad de este niño, que o se expresa frente a su padre bajo la forma del llanto y la retórica acerca del mismo, es al mismo tiempo el sentido y el modo en que logra llamar su atención y hacerse admirar por este.

Historia del llanto puede leerse como una crítica a esa generación, no desprovista de humor y en una clave sumamente intimista, interpretada mediante el prisma, a través del tiempo, de la extrema sensibilidad del protagonista que evoca algunas situaciones e imágenes, (que se extreman, desde el regreso del “cantautor” del exilio, hasta la confesión de la “erpia” torturada, las lecturas de Fanon, Sartre, Marx; la caída de Allende o el fusilamiento del dictador Aramburu), apenas pequeñas piezas en el complejo rompecabezas del contexto político de la Argentina de los sesenta y los setenta. Sin embargo, son esas pequeñas piezas las que permiten comprender el rompecabezas general y el surgimiento de una apasionada vocación por la política, asociada al sacrificio personal, al heroísmo y a la revolución, en contradicción con el deseo de amar y hacerse amar por una mujer o de desarrollo intelectual.


lunes, 24 de agosto de 2009

La causalidad del mundo

Mi amiga M., allá, desde la costa mediterránea, no para de hacer hallazgos que me interpelan en lo que uno podría llamar, algo apresuradamente, la causalidad del mundo.
Su último descubrimiento, en este blog:
http://wwwlgfblogger.blogspot.com/2009/08/palabras-cromaticas.html

Partida al medio por una serie de desgradables acontecimientos, sus envíos son como un respiro y una oportunidad de despegar.

El último encuentro,Sandor Márai




Por recomendación de la queridísima María Estela, que aún sigue siendo mi maestra, a pesar de los...¿más de 30? años transcurridos desde que comenzó esa tarea, compré esta novela de un autor del que no había leído nada. En Internet, encontré que este autor húngaro, nacido en Kaschau (hoy Kosice, Eslovaquia) en 1900, "rebosa similitudes con Stefan Zweig, no sólo en su biografía sino en su obra."

Proveniente de una familia rica, tuvo la posibilidad de viajar por Europa y vivir en diversas ciudades. Al parecer no fueu n buen estudiante pero si un buen bohemio.
Es cierto que hay, también para mí, en la prosa de Márai, reminiscencias de Zweig (la vida militar, la época, la amistad entre camaradas, las cacerías).
En esta novela, es inquietante la reflexión acerca de la espera, la desesperanza de una amistad traicionada y de un amor infiel. La soledad, que engendra toda clase de monstruos y algo, quizá, de sabiduría. La melancolía de quien ha sufrido ya todas las decepciones que acarrea el final abrupto de la juventud y, formando el todo de la narración, la amistad entre dos hombres que no puede romperse, como un destino que les ha sido impuesto, aunque se hayan odiado casi más de lo que antes se quisieron.
Sumergida en el bosque que habita el general, anciano y solitario, no quiero dar vuelta las páginas, porque ya se termina la espera del último encuentro.


*Márai, Sandor, El último encuentro, (1999) Anagrama, Barcelona, 2009. 188 pag.

viernes, 21 de agosto de 2009

Corazonada

Sobre textos de Oliverio Girondo, esta obra tiene varios atractivos para el espectador. La puesta es excelente e, incluso los que no sabemos mucho de poesía o de teatro, podemos disfrutarla. El vestuario (de Kity Di Bártolo) es muy interesante, como la escenografía, de Julieta Sargentoni. La ilumniación (Gerardo Hochman, que también la dirije) contribuye también a crear un clima que se acerca mucho al humor, pese a la densidad de algunos textos. ¿Huellas de Magritte, quizás?
Los cuadros son dinámicos y vemos desde pequeñas coreografías que nos remiten a la comedia musical, hasta una escena de acrobacia que combina el erotismo con cierta mirada escéptica acerca del amor.
El elenco: Marcelo Allegro; Diego Aroza; Alejandra Bignasco; Pablo De la Fuente; Oscar Ferreyra; Martín Kasem; Carolina Painceira; Gustavo Portela.
Las funciones en la Sala Armando Discépolo, de la Comedia de la Provincia (calle 12 e/ 62 y 63).

Sueño con una falsa máscara japonesa


Quizá porque estuve hablando con E. de Mishima y de Confesiones de una máscara.
Quizá porque la muerte anduvo merodeando por donde no debía.
Quizá por una llamada inquietante que vino a perturbar mi precario equilibrio.
Anoche soñé que entraba en un palacio, cuyos muros descascarados dejaban, todavía, visible, los rastros de grandes frescos al estilo pompeyano. Y en cada habitación, un coro, una barra siniestra de mujeres de todas las edades, que no tenían nada que hacer pero permanecían allí, me observaba como a una curiosa discrepancia con el ambiente.
Tenía que hablar con una persona importante. Era importante porque tenía la llave de mi seguridad laboral. Esa persona no estaba y se hacía esperar largas horas, y yo sabía, en el fondo, que nunca llegaría, que una vez más postergaría una decisión que afectaba mi mundo todo.
En cambio, debía entrevistarme con su delegada. Una mujer grande que, tras una máscara al estilo de una ópera o del teatro japonés (kabuki), pese al maquillaje blanco de gruesa capa, no lograba ocultar su locura ni su maldad.
A mis preguntas, respondió con desafinados cantos en un idioma desconocido.
Y hui de allí, para salvarme, aunque sabía, pese a que se trataba de un sueño, que hay momentos en los que no es posible escapar ni salvarse de lo que viene.
Y como escribía Girondo, recordé que: "La desorientación de mi generación/ tiene su explicación en la dirección de nuestra educación, cuya idealización de la acción, era - ¡sin discusión!-/una mistificación, en contradicción/con nuestra propensión a la meditación, a la contemplación y
a la masturbación."

jueves, 20 de agosto de 2009

Adiós, pequeña

Cuando inventaron las palabras (cada día y también, algún día) olvidaron inventar las palabras para ciertos dolores que, insoportables, no pueden nombrarse.
Yo podría intentar unas palabras para despedirla a ella, que no me pertenece ni en los recuerdos sino más bien en las imaginaciones, y en el espejo de la voz quebrada de Carina (y sus padres); de la verborragia angustiada de mi hermana; de los ensueños de mi pequeña sobrina, tesoro mío que demasiado temprano debe escuchar algunas palabras que no deberían pronunciarse nunca.
Y yo, que apenas sé, o ni siquiera sé, rezar, rezo por la pequeña, que sea vuelva, por favor, ángel, que haya partido con el corazón lleno de amor, como merece. Y por sus padres. Y su hermanito.
Adiós, pequeña N.

jueves, 13 de agosto de 2009

Gramática y estilo I


Acerca del color se ha escrito mucho y hay diversas teorías. Algunas más apegadas al mundo de la física (desde el espectro de luz, la fuente lumínica, el oclor de la materia), otras que recuperan los diversos simbolismos del color en distintas culturas y épocas.
Maestros como los constructores de las catedrales góticas, expertos en el lenguaje de la luz y el color; artistas de la antigüedad y del Renacimiento (cómo no traer a la memoria, por asociación espontánea, obras de experimentadores como Leonardo o de la escuela veneciana, (pienso en Tiziano), más adelante Rembrandt en otro registro, hasta los impresionistas).
Más cercanas en el tiempo, los estudios de la Bauhaus y Kandinsky, cuyas ideas y su gramática pictórica se difundieron en el compendio Punto y línea sobre el plano (escrito entre 1923 y 1925, publicado en 1926), considerado por el autor como una continuación de su libro De lo espiritual en el arte.
Así que no pretendo en este post ensayar caprichosamente ninguna teoría original ni sólida.
Simplemente decir que:
1) Hay personas que irradian sombras.
2) A veces es permanente y otras, de manera circunstancial.
3) Hay personas expertas en el arte de comunicar con una gramática del color aplicada en el vestuario perfectamente consciente. No me refiero a los diseñadores ni las modelos ni a nadie del mercado de la moda.
4) Estilo y personalidad. (conceptos muy discutibles y subjetivos, desde ya, pero...).
5) Otras sólo siguen un canon impuesto por la industria y la publicidad. En algún momento esa lógica precipita algún traspié. Es inevitable. Y allí van, como marionetas, como si ese lenguaje que pretenden utilizar fuera una impostura. Entre ellas y su vestuario hay un zona de confusión, de contradicción, que resulta tan chocante como si viéramos a un parálitico incorporarse de su silla de ruedas y emprender una maratón. Algo no cierra. ¿Es el absurdo?
6) Están los puritanos (por religión, mandato familiar, idelogía, etcétera). El lenguaje del vestuario (y en no pocas ocasiones el lenguaje corporal y toooooooodo lo que en su imaginario represente lo carnal) les genera inquietud y temor. A veces esto se traduce en rechazo y soberbia y clasifican de frívolo y superficial todo lo que tiene que ver con el vestido, el maquillaje, el peinado.
7) Por ahora, no hablaré de: la elegancia, que no tiene NADA que ver con el poder adquisitivo ni el dinero. Ni el gusto personal. Ni de los despreocupados que son indiferentes a su aspecto.
8) Ni de la inmensa mayoría de nosotros, que a veces vamos por la vida experimentando una completa armonía entre lo que somos, o creemos ser, lo que mostramos (o creemos mostrar) y otras, ¡Ay, perfectamente conscientes de nuestra discordancia!

Continuará....

lunes, 3 de agosto de 2009

De adversarios y enemigos


"Lejos de crear las condiciones para una forma más madura y consensual de democracia, el hecho de proclamar el fin de la política adversarial produce entonces el efecto exactamente opuesto. Cuando la política se desarrolla en el registro de la moralidad, los antagonismos no pueden adoptar una forma agonista. Efectivamente, cuando los oponentes son definidos en términos morales y no políticos, no pueden ser concebidos como 'adversarios', sino sólo como un 'enemigo'. Con el 'ellos maligno' ningún debate agonista es posible, debe ser erradicado"
(Chantal Mouffe, En torno a lo político, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007)

Niña vieja 2


Acerca de ella,o más bien, de mi relación con ella, es posible que no pueda agregar demasiado a lo ya dicho en otros post.
Y sin embargo...
Ella siempre, aun en su inquietante parálisis, ausencia de movimiento, silencio, se las ingenia para hacer algo no haciendo.
Es como una estatua que, al contemplarla desde distintos puntos de vista (como espectadores, la rodeamos, nos movemos, intentando captar alguna esencia, descifrar un misterio que se nos vuelve más esquivo a cada nuevo intento) nos revelara nuevas facetas.
Incluso, en las sombras que proyecta, creemos poder descubrir nuevos sentidos de su gesto inmóvil.
Ha tenido la osadía de comunicarse, con esa curiosa estrategia suya de hago como sino hiciera, es decir, lanzo la piedra, tomo un pequeño riesgo sin consecuencias para mí pero cuyo daño (al otro) finjo no sospechar, con mi hijo. Y con total desparpajo le ha dicho más o menos lo mismo que a mí. Que lo quiere y que lo extraña, bla, bla,bla, pero que necesita estar tranquila.
Estar tranquila parece querer decir: no puedo verte, porque verte me perturba, me intranquiliza, altera mi paz. Es decir: es tu culpa que no te vea, a pesar de que quisiera verte.
De todas las excusas posibles para engañar a un niño, aun cuando sea uno mismo el que está tratando de engañarse y justificarse, utiliza una muy ruin. Pudo haber dicho: estoy muy ocupada, enferma, de viaje. Incluso, algo que se pareciera un poco a la verdad: estoy enemistada con tus padres y, aunque eso me entristece, no encuentro la manera de verte porque no quiero (puedo, sé cómo) resolver mis problemas con ellos y entonces, no puedo (quiero) verte.
Lo que no ha calibrado es que el niño que ella supo conocer ya no existe, ha estado muriendo como morimos todos a la infancia y en su lugar, lenta pero inexorablemente, ha nacido un adolescente que ya no se deja engañar con esa clase de tonteras.
Mientras tanto, arrinconada en su determinación de permanecer como niña, ella languidece sin asumir la adultez ni el paso del tiempo.
Me apena que su proyecto de vida se parezca tanto a la muerte y más aun, que de estas palabras que arrojo en el vacío, ella no comprendería, probablemente, nada.

Louise



Hace unos días, en el cumpleaños de mi amiga R., por esa clase de caprichosas asociaciones que suscita, por ejemplo, un nuevo peinado (el corte de R., en este caso), mi hermana y yo tratábamos de acordarnos el nombre de aquella sensual actriz del cine mudo que usaba la melenita y el flequillo oscurísimo. Tiramos un par de nombres de películas y nada. Desesperadas, recurrimos al marido de mi amiga, que es muy cinéfilo. Como nosotras, sabía de quién se hablaba, casi podía "ver" su cara, pero el nombre no llegaba a nuestras ansiosas memorias.
Estas son lagunas frecuentes, me ha pasado incluso con el nombre de actores por los que siento no sólo admiración, sino esa especie de enamoramiento platónico que nos suscitan algunas estrellas de otros tiempos, como Gregory Peck, Cary Grant o Montgomery Clift.
Y eso, a pesar de que para algunos com el crítico Henri Langlois, director de la Cinemateca Francesa, Louise Brooks -y es de ella de quien estoy hablando- es de esas actrices que:
"Aquellos que la han visto no la pueden olvidar. Es la actriz moderna por excelencia... Apenas aparece en la pantalla, la ficción se esfuma al tiempo con el arte, y uno tiene la impresión de estar viendo un documental. Es como si la cámara la hubiera tomado por sorpresa, sin su conocimiento. Es la inteligencia del proceso cinematográfico. Personificación perfecta de lo fotogénico, ella encarna todo lo que el cine redescubrió en sus últimos años de silencio: la naturalidad y la simplicidad completas. Su arte es tan puro que se vuelve invisible."
(http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1176)
Para tratar de rescatar alguna película de esta actriz nacida 1906, se puede intentar en Videoteca Aquilea.
Quien se interese por su filmografía y algunos datos de su vida, puede consultar en www.alohacriticon.com.



domingo, 2 de agosto de 2009

Nina Berberova, El subrayado es mío




Esta extraordinaria escritora rusa nació en San Petesburgo, en 1901 y murió en 1993 en Filadelfia. Siendo todavía muy joven, en los inicios de la revolución comunista, se exilió, como muchos de sus colegas, junto a su primer esposo, el poeta Jodasiévich, algo mayor que ella, primero en Alemania y luego en Francia.
A diferencia de otros exilados, como Nabokov -a quien por cierto, Berberova admiraba y a quien conoció superficialmente- procedentes de familias aristocráticas, la vida de esta escritora en la Europa de la posguerra, y luego, de la Segunda Guerra, no fue para nada sencilla. Entre la pobreza, el hambre, el desarraigo, la enfermedad y el deseo, y una inquebrantable voluntad de escribir.
Como ella misma relata en esta autobiografía escrita hacia el final de su vida, en los Estados Unidos, pasó veinte años en Rusia, casi veinticinco en Francia y unos cuarenta en Estados Unidos, donde, finalmente, de manera tardía, fue reconocida en su trabajo literario.
El subrayado es mío
"no es un libro de recuerdos", nos advierte Nina (Berberova, Nina, Nina Berberova. El subrayado es mío, Circe, Barcelona, 1980, p. 13). "Aquí hablaré de mí principalmente, de mi infancia, de mi juventud, de mis años de madurez y de mis relaciones con los demás. Mi pensamiento vive simultáneamente en el pasado como memoria y en el presente como conciencia de sí mismo frente al tiempo." Amiga de Gorki, Pasternak, Jakobson y Prokófiev y autora de obras como La acompañante, La peste negra, Las damas de San Petesburgo y de biografías
varias (Chaikovski, 1936; Borodín, 1938, Alexandr Blok y su tiempo, 1947), vale la pena leerla, no sólo por su intínseco valor literario, sino por el recorrido, personal y valiente, que ella hace en esta obra acerca de la literatura, la música y el arte ruso y europeo en general, y las anécdotas, muchas veces dolorosas, de las vidas de muchos de los intelectuales que formaban su círculo social.




Trailer de Cartas desde Iwo Jima

Children of Men