Hay recuerdos que nos pertenecen con la fuerza de los huracanes. Son nuestros con la genuina pertenencia de cada mitocondria que nos hace ser quienes somos, y no otros.
A veces compartirlos con quienes también los protagonizaron nos sorprende: ya sea que la sorpresa oscile entre el desconcierto, la incredulidad o la serendipity. Nuestra amiga, nuestra hermana, nuestro amante o nuestro hijo relatan de ese recuerdo -que veneramos como a una de nuestras más valiosas pertenencias-una versión tan tergiversada, que dudamos si tenemos frente a nosotros a un/a descarado mentiroso o fabulador o simplemente a otro, que estuvo allí, que vivió con nosotros la experiencia y, a pesar de ello, no sabe nada de lo que recordamos, de lo que nos constituye, de quienes somos. Podemos atribuirle verosimilitud a su relato de nuestro recuerdo común, incluso reirnos como cómplices de un secreto y sin embargo, se levanta, entre nosotros y los otros, un muro infranqueable que nos deja, para siempre, solos en nuestro desconcierto.
3 comentarios:
me gusta mucho este texto. está bueno el abismo que mostrás. El hombre de la foto es muy buen mozo. Sus rasgos son familiares.
Es mi papá. Viste que buen mozo?
super buen mozo. y se te parece mucho. a vos y a diana.
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