Una vez le pregunté a la escritora Alicia Steimberg qué edad tenía. Ella me dio una respuesta rápida y aguda que me da gusto recordar: Depende - dijo, como señalando una obviedad- a veces tengo 15, otras me levanto y cargo como 100, hay días que ando por los 40.
Carina está revolucionada por sus inminentes 40. Curiosamente, parece una chiquilina: más despreocupada, algo inconsciente, con menos certezas, quizá, y más desinhibida.
Cecilia, en cambio, se ha plantado en unos casi 30 que no se deciden a saltar la valla. Allí instalada, permanece segura de su belleza y conforme de poder justificar alguna que otra conducta infantil o adolescente. Su cuerpo acompaña generosamente la decisión, al menos eso es lo que vemos, porque claro, a veces nos ponemos más serias y aparece la enfermedad, que siempre parece algo propio de la vejez, aunque no lo sea. Tanto insiste ella que yo, que sé algo de cronologías, sin embargo comienzo a ver tres generaciones en la cena: las de los treinteañeros que estamos llegando a los 40, la de los niños y la de Cecilia, que está en el medio.
3 comentarios:
Me gusta lo que se puede pensar a partir de tu descripción de la cena: ¡que yo soy una generación aparte! ja, ja, ja, separada por la locura de mi actitud. Es mejor pensarme como una generación aparte porque cualquier comparación no me consuela, y a veces directamente me deprime, como cuando me comparo con más jóvenes. Mentir mi edad tampoco me sirve de nada, sólo es una salida desesperada e inútil. Yo quiero realmente sacarme los años.
Yo sé que es cierto. Es divertido y, además, verosimil. ¿Qué más podés pedir? Dicen que una se construye como quiere (o como puede, no?)
me preocupa sólo el grado de locura que eso implica, y de negación. ja
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