¿A la "normalidad"?
Nosotros no volveremos atrás.
Puede que volvamos a dormir, que controlemos la angustia, que disminuyan los síntomas.
Puede que volvamos a los hábitos anteriores.
Vamos a trabajar, a estudiar, a un cumpleaños, al teatro.
Pero lo que pasó pasó, la destrucción, la pérdida colectiva, el duelo, el dolor, la solidaridad, la emergencia de lo mejor y lo peor de las personas, la evidencia de la necesidad de más Estado, de más organización, de más justicia.
La ausencia de responsables políticos, la caída de muchas máscaras, la conmovedora demostración de amor de los amigos.
La falta de explicaciones.
La oportunidad perdida de muchos de dejar atrás egoísmos, conflictos menores, rencores narcisistas.
No hay normalidad a la cual volver.
Se fue junto con los diarios personales, los dibujos, las fotos, las cartas, los libros, ese anillo, ese peluche, esa libreta.Se fue con la privacidad perdida, con todo lo íntimo expuesto a las miradas ajenas.
Se repone la documentación, los electrodomésticos, los colchones. Lo demás no se repone ni se olvida, se llora y se asume para seguir.
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Luego, vivir con esta sensación de paranoia, de catástrofe, de incertidumbre, el abandono de todas las seguridades cotidianas del confort burgués, es un aprendizaje de cómo viven muchos de nuestros hermanos.
Esos a los cuales ignoramos, nos negamos a ver, o esos por los cuales militamos y nos comprometemos, depende de cómo encaremos la vida.
Nuestro cruce diario por la esquina donde se ahogó un vecino no es "normal". Mucha gente vive así siempre. Esa es la verdadera inseguridad, la de no saber si le vas a dar de comer a tu familia, si tu casa va a aguantar el viento, si los tiros en la noche o las mafias van a reclutar a tus hijos, si se van a llevar a tu hija para explotarla en un burdel.
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Y la impotencia. De que los responsables finjan que está todo arreglado, en marcha, que se están ocupando. Que persistan en sus mentiras. Se saquen fotos subidos a un skate. Impotencia de esos miserables que se quedan con los colchones que necesitamos en las casas, en los barrios arrasados por la putrefacción de esa nafta, aceite, cloacas, alimañas, que llamamos agua de inundación. La impotencia de que al volver a "la normalidad", seguimos viendo los espléndidos edificios de los que se hacen ricos con el negocio inmobiliario y la coima, nosotros, que soñamos con gritos de ahogados y roces de culebras ciegas en la piel.
Inseguridad es tener poca o confusa información. No saber cómo empezar un trámite.
Hacer seis colas por semana. Que cada día te cambien los requisitos para acreditar tu condición de inundado que ya acreditaste con visita y foto y google Map y cientos de testigos. Aprender a ser enfermero, abogado, aguatero, distribuidor de frazadas, conocer de logística de catástrofes y supervivencia.
No saber cuántos, ni cómo, ni por qué murieron tus vecinos.
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No hay "normalidad" en acumular bienes, cosas, objetos, ropa. Hay, en esas conductas que adoptamos, probablemente mezclas de inseguridad, vestigios de recuerdos de pérdidas en guerras, melancolía, codicia, ambición, patologías, neurosis.
Hay esperanzas, hay política, hay militancia, hay análisis, hay afectos, amistades, solidaridades.
No hay ninguna normalidad.