Parecía una mujer común: todavía joven, clase media con aspiraciones profesionales frustradas, un marido que no era ni demasiado bueno ni demasiado malo y con el que aparentaban, no sé si amarse pero sí tolerarse. El nene, la nena, la familia tipo. El coche nuevo, el jardín, el perro, las vacaciones en la costa, el trabajo en la oficina, la lucha por los ascensos.
(En la expresión un gesto de resentimiento, fijado por vaya a saber qué mandatos familiares, como si la vida no le hubiera cumplido con lo que ella merecía, que siempre era más).
Hacía de las reglas del sistema una suerte de credo primitivo: no cuestionaba nada; si el orden creado por las normas era justo o injusto, a ella la dejaba por completo indiferente.
Irma Grese, SS de Auschwitz |
( Frente a expresiones así se encogía de hombros y miraba con desprecio).
Me recordaba a esos guardias alemanes de las películas del Holocausto, esos anónimos que tuvieron importancia por unos meses, por unos años, títeres de verdaderos jerarcas con poder. Esos que se volvieron locos de ambición porque de pronto decidían sobre el destino de personas a las que odiaban, a muchas de las cuales hubieran (o habían) envidiado en otra vida, sólo porque los creían mejores, más felices. Sin distanciarse de la norma, con el reglamento más cruel e injusto tatuado a fuego en el cuerpo de sus víctimas rellenaban interminables planillas: para allá, para acá, y en esas palabras señalaban el destino, la vida y la muerte, de cientos, de miles. Obediencia debida. Intentos de desresponsabilizarse de lo actuado.
Imagino que en otras circunstancias, de haber sido mayor en el 76, tranquilamente habría colaborado en señalar a conocidos, amigos, compañeros de trabajo y hasta a familiares (encogiéndose de hombros podría haberse justificado: ellos se lo buscaron), sin escrúpulo alguno los hubiera llamado subversivos; gozosa habría mandado a archivar los expedientes que testimoniaban su existencia, si así se lo requería la autoridad a cargo.
Gozaba obedeciendo, más allá de mandatos y mandadores.
Como ese personaje de Schlink, la de El lector, pero sin la justificación, si cabe, de su tremenda ignorancia , porque ella había tenido todas las oportunidades de conocer y actuar de acuerdo a una ética de la justicia, de responsabilidad.
Y aun así, vivía con miedo. "El miedo [...] hace que el hombre renuncie a su voluntad crítica; empero es importante no perder de vista que en ese acto el sujeto sigue siendo éticamente responsable de su renuncia."*
*Korstanje, M. 2010. "Corey Robin : el miedo historia de una idea política". Revista de Filosofía Dianoia. Vol 55 (65), pp. 249-258
Fuente de la imagen de irma Grese: http://www.taringa.net/posts/imagenes/10388695/El-angel-de-Auschwitz---Irma-Grese.html